Por Lya Gutiérrez Quintanilla
Polémica como su hermano mayor José, las inquietudes políticas de Rosaura Revueltas en la era del senador Joseph McCarthy que veía gente roja hasta en las moscas que volaban y negándose a escribir y asegurar con su firma que no era comunista, “hizo que cuando filmé Silver City en Nuevo México, me deportaran con el pretexto de entrada ilegal a los Estados Unidos, por lo que la producción tuvo que terminar la filmación en nuestro país”, esto para no prescindir del talento de Rosaura, no lo dice ella, lo digo yo.
El primer escenario de sus tres famosos hermanos: Fermín, José y Silvestre Revueltas fue en Santiago Papasquiaro, Estado de Durango, ciudad ubicada en las laderas orientales de la Sierra Madre Occidental. Rosaura, la menor de los cuatro, nació en Ciudad Lerdo y lo que es la vida, de esos lugares alejados de importantes centros educativos, se mudan a la Ciudad de México en 1920 donde estudian en excelentes planteles enviados por sus padres. De ahí, salen al mundo de diferente manera rompiendo los cuatro el esquema del ámbito cultural y político del país al convertir el apellido Revueltas, en sinónimo de genialidad y vanguardia artística, así como de lucha contra la opresión.
“Los Revueltas”, leí en una excelente nota hace 10 años publicada en el Siglo de Torreón “abanderaron la causa cultural al convertirse ellos mismos en destacados artistas…tanto su padre José Revueltas Gutiérrez, como Ramona Sánchez Arias, su madre, clase media los dos, lograron con esfuerzo y dedicación que cuatro de sus descendientes brillaran y aunque el padre falleció dos años después de llegar a vivir a la capital del país; la madre siguió alentando a los hijos.
En el caso de Rosaura, singular mujer que no sólo vivió junto a geniales talentos como sus hermanos: Silvestre compositor de la Sinfonía La Noche Maya, Cuauhnáhuac, Danza Geométrica, Redes, Janitzio y Sensemayá (basada en un poema del poeta, periodista y activista político cubano afrodescendiente Nicolás Guillén), entre otras, “tocadas en varias de las salas más importantes de música del mundo, por desgracia, al morir mi hermano en 1940, perdido en la borrachera que solo dejaba cuando ensayaba o dirigía orquestas y que a la postre acabó con él enfermo de alcoholismo y… pobre, cuando yo tenía apenas 30 años. Y cuando entonces no supe ver que mi hermano tenía el alma rota. Lo traté menos de lo que hubiera querido –lo dice con un suspiro que no habla, sino grirta su tristeza-. Con Fermín que sobresalió en las artes gráficas, si tuve algo más de contacto aunque supe, ya fallecido, que se le considera precursor del muralismo que años más tarde representarían Rivera y Siqueiros”.
En la quietud de su jardín, ella brilla toda vestida de blanco como era su costumbre andar. Su pelo otrora negro que no logra ocultar sus hebras blancas como de nieve, cae sobre su espalda a veces suelto, otras no. Su rostro expresivo de pómulos acentuados, ojos negros y grandes que no ocultan lo vivido, recuerdan su actuación con el gran director Emilio “Indio” Fernández. Le pregunto y responde: “No era fácil trabajar con él, pero tenía tanto talento que le perdonabas sus ex abruptos que lanzaba sin miramientos… a veces. Seguimos el próximo lunes.
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