Acoger unos Juegos Olímpicos convierte a esa ciudad en el centro del mundo durante varias semanas. Algunas anfitrionas aprovecharon este megaevento deportivo para reinventarse gracias a las inversiones necesarias para levantar las infraestructuras, pero para otras urbes los famosos cinco aros fueron una carga en forma de pérdidas y estadios abandonados. Estos son algunos ejemplos de la herencia económica que deja el espíritu olímpico.
Barcelona 1992. Un imán para el turismo
La caja registradora de Barcelona cerró las dos semanas de Juegos Olímpicos con unos ingresos de unos 46.090 millones de pesetas (unos 543 millones de euros actuales, teniendo en cuenta el 96% de la inflación desde entonces) atendiendo al gasto que hicieron deportistas, patrocinadores y visitantes. La cifra es importante, pero apenas representaría el 2,4% del impacto económico que la cita generó desde 1986, año de la famosa frase “A la ville de Barcelona”, pronunciada por José Antonio Samaranch y que dio el pistoletazo de salida a la construcción de infraestructuras, hasta la celebración de 1992.
El estudio Mosaico olímpico sostiene que en ese periodo en el que se pusieron en marcha las obras de sedes olímpicas, las profundas reformas urbanísticas de la capital catalana, los rendimientos fiscales y la propia organización, el impacto total alcanzó los 16.266 millones de dólares. La mitad de esos recursos procedió de las inversiones que realizaron poderes públicos (5.390 millones dólares) y el capital privado (2.622 millones) para construir hoteles y vivienda privada. Apenas 1.364 millones se invirtieron en la mera organización de los Juegos y esa fue la única que siguió la senda de las previsiones: el resto de inversiones aumentaron sin freno.
Londres, 2012. La ciudad que se sorprendió a sí misma.
Con sus 8,25 millones de habitantes entonces, sus 1.572 kilómetros cuadrados y su inmensa actividad económica, Londres es una ciudad demasiado grande para haber sido transformada por unos Juegos Olímpicos, pero la cita de 2012 revitalizó una de las zonas más deprimidas de la ciudad (aunque no al gusto de todos), fue un gran éxito deportivo y económico (pero el sector turístico y la hostelería esperaban mucho más: bastantes camas se quedaron vacías porque el temor al caos olímpico alejó a los turistas habituales) y, por encima de todo, disparó la moral de una ciudad que estaba inmersa en el pesimismo de la crisis financiera y renegaba de los Juegos, pero que los abrazó con entusiasmo al descubrir que la ceremonia inaugural no fue el chasco que se temían y se sorprendió a sí misma por el éxito de Londres 2012.