Los amplios aranceles impuestos por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la mayoría de los países del mundo han generado una fuerte sacudida en los mercados financieros y han trastocado las previsiones sobre el crecimiento económico global. No obstante, mientras estas medidas afectan a empresas y consumidores por igual, una investigación reciente revela que algunos de los donantes más influyentes del propio Trump han logrado asegurar exenciones clave a través de un sistema de excepciones que carece de transparencia y control, lo que ha despertado preocupaciones por posible corrupción.
Aunque Trump ha proclamado públicamente que su política arancelaria no contemplaría excepciones, documentos obtenidos por la agencia de investigación independiente ProPublica demuestran lo contrario. Más de mil productos y servicios han sido exentos de los gravámenes, en su mayoría a favor de empresas con vínculos estrechos con el expresidente o que han contribuido económicamente a su campaña o a eventos políticos afines. Esta situación ha motivado acusaciones tanto de corrupción como de uso indebido del poder ejecutivo.
La senadora demócrata Elizabeth Warren, una de las voces más críticas del expresidente, sostuvo que esta política responde a un “gobierno a la venta”, señalando el caso del CEO de Apple, Tim Cook, quien visitó a Trump en su club privado en Florida poco antes de su toma de posesión y cuya empresa ha sido una de las beneficiadas por estas exenciones. Warren afirmó que este tipo de tratos contradicen el discurso oficial sobre equidad y seguridad nacional y responden más a influencias políticas que a criterios técnicos o estratégicos.
El diputado demócrata Greg Casar fue más contundente al denunciar que mientras las familias trabajadoras sufren los efectos inflacionarios de los aranceles, grandes corporaciones como Apple reciben beneficios especiales gracias a sus vínculos con el expresidente. “Trump recibe sobornos. Los multimillonarios reciben trato preferencial. La gente trabajadora se jode”, declaró.
En una escena transmitida en vivo desde la Casa Blanca, Trump comentó en tono de broma que uno de sus aliados financieros, Charles Schwab, había ganado 2,500 millones de dólares ese mismo día gracias al impacto de sus anuncios económicos. Muchos interpretaron ese momento como una admisión pública de una posible práctica de uso de información privilegiada, lo cual sería un delito federal en Estados Unidos.
Las preocupaciones aumentaron al revelarse que muchas de las excepciones a los aranceles fueron resultado de reuniones privadas entre ejecutivos y altos funcionarios de la Casa Blanca. ProPublica documentó cómo compañías que emplean ingredientes industriales como resinas plásticas, productos químicos para pesticidas o incluso asbestos, lograron quedar fuera de la política arancelaria, a pesar de que en muchos casos estos bienes no representan ningún interés estratégico o de seguridad nacional.
Uno de los casos destacados fue el de Reyes Holdings, un importante distribuidor de bebidas y donante clave en la campaña de Trump, que obtuvo una excepción para la resina utilizada en la fabricación de botellas plásticas. Otro fue la exención otorgada al uso de asbestos, una sustancia carcinógena prohibida en múltiples países, pero aún utilizada en algunos procesos industriales en Estados Unidos. Estas decisiones, tomadas sin justificación técnica transparente, alimentan las sospechas de que los beneficios responden a influencias políticas y económicas.
La senadora Warren ha pedido una investigación federal sobre los criterios mediante los cuales se otorgan estas exenciones, así como sobre el posible uso de información privilegiada por parte del entorno del expresidente. En una carta firmada junto a otros legisladores demócratas, solicitó a la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) que determine si Trump, sus familiares o sus aliados se beneficiaron financieramente de información no pública relacionada con la política arancelaria.
Por su parte, el Financial Times ha informado sobre movimientos financieros sospechosos por parte de los hijos de Trump en relación con compañías fabricantes de drones y otras empresas del sector tecnológico y financiero, sugiriendo posibles conflictos de interés.
La preocupación por una posible captura del aparato gubernamental por intereses privados no se limita al ámbito económico. Desde su llegada a la presidencia, Trump ha promovido una serie de medidas que debilitan las capacidades institucionales de control y fiscalización. Entre las acciones más criticadas se encuentra la eliminación de inspectores generales y la reducción del personal dedicado a combatir la corrupción en el Departamento de Justicia, como la sección de Integridad Pública, encargada de investigar delitos cometidos por funcionarios públicos.
La creación de su propia criptomoneda, anunciada poco antes de asumir nuevamente la presidencia, ha sido interpretada por algunos legisladores como una vía directa para canalizar dinero hacia su entorno político. El senador Adam Schiff lo expresó de forma contundente al asegurar que esta moneda representa un método descarado de compra de favores: una oportunidad para gobiernos extranjeros, empresarios y oligarcas de congraciarse con el expresidente a cambio de beneficios políticos o económicos.
Ante esta serie de hechos, analistas del Brookings Institution han advertido que el gobierno de Trump ha transformado la postura histórica de Estados Unidos como un líder global en la lucha contra la corrupción en lo que parece ser su opuesto. Esta dinámica, advierten, amenaza la credibilidad institucional y pone en riesgo la estabilidad democrática del país, al permitir que el poder político se utilice como instrumento para enriquecer a una élite selecta en detrimento del interés público.
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