#BigFour | Año tras año las consultoras reciben llamadas a Big Four (PwC, KPMG, EY y Deloitte) de extrabajadores de empresas que realizan jornadas laborales ilegales, en su mayoría estos jóvenes son recién graduados de las universidades. Los filtros del sistema para proteger a los trabajadores frente a abusos por parte de las empresas resultan ineficientes. Y lamentan que el registro de jornada implantado por el Gobierno no ha servido para cambiar un ápice su modelo de trabajo, que carece de contrapesos por la ausencia de sindicatos.
El asunto lleva tiempo coleando, pero ha vuelto a un primer plano tras informar El Confidencial de que Trabajo llevó a cabo en noviembre una macroinspección sorpresa para controlar sus horarios laborales. Deloitte, KPMG y EY rechazan dar su versión sobre lo sucedido. La patronal AEC pide cautela, señala que la inspección “aún no ha concluido” y reclama “esperar para valorar el resultado”.
Hay casos minoritarios que hacen carrera y que, con el tiempo, multiplican exponencialmente el mínimo de alrededor de 14.000 euros brutos anuales que cobraba hasta este año un recién llegado. Un profesional que salió de una de las cuatro grandes tras 16 años en auditoría y varios ascensos reconoce que no se respeta lo suficiente la vida personal, y hay menos derechos que en otras compañías, pero a cambio el trabajo puede llegar a ser muy interesante, con acceso a los planes estratégicos de las empresas. “Ves cómo son por dentro”, explica. En su opinión, una de las claves es “tener suerte con el equipo”. “Tuve compañeros que se fueron porque les tocó de jefe un machaca”, recuerda. En su último año, al verse excluido de las promociones, empezó a atisbar que su adiós se acercaba, por lo que se limitó a cumplir su horario sin brindar el plus que había ofrecido hasta entonces, y finalmente prescindieron de él. Ahora trabaja en una gran compañía del sector cultural.
Pese a la juventud generalizada de las plantillas, muchos dan fe de problemas de salud por la excesiva carga, ya sea en su entorno o en carne propia, lo que acelera la rotación. “Conozco gente con insomnio y ansiedad. No está hecho para todo el mundo, la exigencia es muy alta y hay gente que se ahoga. Sueño a menudo con números que no encuentro en el Excel”, cuenta un empleado de auditoría que, como el resto de consultados para este texto, elude desvelar su identidad por temor a represalias.
Las renuncias son habituales. Otro explica que tuvo que dejar de jugar al fútbol, deporte que practicaba desde niño, y que la relación con su pareja se deterioró por la falta de tiempo. Ni siquiera las vacaciones son a veces un refugio: “La compañía da todo el mes de agosto de vacaciones, pero surgió la posibilidad de que desde el cliente nos mandaran trabajo. Nos dijeron que nos fuéramos y cada mañana dirían a quién se precisaba para sacar la tarea. Tenía pagado un viaje y decidí ir. Si algún día me necesitaban ya me quedaría en el hotel trabajando. Así que cada mañana retrasaba la salida del hotel hasta recibir el WhatsApp que dijese si a mí me tocaba trabajar, para que no me pillase en medio de la ciudad. O sea, estábamos de guardia estando de vacaciones. Y eso, sin cobrarlo como guardias”.
Incumplimiento del convenio
“Hay un incumplimiento total de la ley, no es normal que no haya un inspector laboral cuando las luces de la torre Picasso están encendidas a las 12 de la noche”, afirmaba un consultor que durante varios años pasó unas 11 horas diarias en la oficina de Deloitte, antes de que saliera a la luz la operación nocturna de Trabajo en las Big Four, que puede acabar en sanciones.
El convenio del sector, considerado por los sindicatos anticuado y falto de derechos, marca un máximo de 1.800 horas anuales, unas 40 semanales. Pero todos coinciden en señalar esa barrera como ilusoria, dado que se les asignan proyectos con plazos imposibles, que dejan en papel mojado las estimaciones de tiempo iniciales.
José María Martínez, secretario general de Servicios de CC OO, califica de “totalmente ilegales” las semanas de más de 80 horas que llegaron a denunciar ante sus jefes los empleados de auditoría de segundo año en EY Barcelona. Y cree que son las grandes víctimas de la guerra de precios por atraer negocio. “Los clientes de las consultoras tienden a regatear las horas contratadas para ahorrar costes, y quien lo paga es el trabajador, que hace más horas que un reloj porque el trabajo tiene que salir y las horas reales no se pueden facturar porque el cliente diría que a ese precio no le compensa”.
Un consultor de riesgos bancarios empleado de una de las Big Four se muestra decepcionado por el funcionamiento de dicho registro, que cree se ha demostrado inútil. El año pasado hizo entre 45 y 50 horas extra cada mes. “Con tantos días terminando tarde y empezando temprano me planteaba si no sería mejor dormir en el banco para ahorrarme el tiempo de transporte público”.
El modo en que se recompensa ese tiempo de trabajo adicional varía. Según fuentes de EY, las horas extra se compensan mayoritariamente con periodos de vacaciones, pero si en algún caso no es posible se gratifican económicamente. La misma práctica sigue Accenture. En otras, como Deloitte, hay personal que asegura no haber conocido a nadie al que le hayan pagado en dinero una sola hora extra. Y PwC ofrece días libres fuera de la busy season, el agotador periodo de varios meses a comienzos de año en que se cierran las cuentas anuales de grandes empresas y hay que revisarlas contra reloj antes de la presentación de resultados.
Pese a estas malas experiencias, su poder de captación siguió siendo grande durante décadas, aunque ahora se ha resentido, algo que las consultoras achacan a que hay menos licenciados en matemáticas, física, informática o estadística. Tras varias crisis, y en un contexto no siempre favorable para encontrar trabajo, ofrecen a los jóvenes del país con más paro juvenil de Europa contratos indefinidos en un entorno de alto nivel donde el aprendizaje es intenso. “Esto es un máster pagado”, les repiten.
Sin embargo, muchos de estos veinteañeros, titulados universitarios en ADE, Derecho o Economía, a veces formados en escuelas de negocios, con máster, idiomas y vestidos con trajes impecables para acudir a la oficina, se quejan de que haciendo una simple división se dan cuenta de que su mínimo de 14.000 euros brutos anuales —o incluso los 25.000 de los que entran con condiciones mejores— les sitúan por debajo de profesiones del sector servicios para las que no se exige tanta formación.
Esa precariedad provoca una enorme rotación laboral que estas compañías tratan de camuflar destacando únicamente las miles de contrataciones que realizan para suplir esas bajas, obviando la otra cara de la moneda: las salidas. El preacuerdo del nuevo convenio recoge subir el sueldo anual de la categoría más baja a 16.000 euros este año y a 17.000 euros en 2024, tras una negociación con la patronal AEC, liderada por la exvicepresidenta del Gobierno socialista Elena Salgado. Las conversaciones tomaron velocidad en noviembre, justo el mes de la inspección, y se cerraron en enero.
Sin sindicatos
Mientras consultoras tecnológicas como NTT Data, Capgemini, Atos, Indra y otras muchas sí tienen sindicatos, estos no existen en las Big Four. Su ausencia acentúa la vulnerabilidad de auditores y consultores júnior, que han de fiar la defensa de sus derechos a la buena voluntad de los comités de ética, buzones de sugerencias o la conversación cara a cara con los jefes, a los que no siempre es sencillo trasladar descontento dado que puede hacer peligrar futuros ascensos. Para Martínez, de CC OO, organizar una representación sindical en estas compañías “es como vender catecismo en el infierno”. “Son estas mismas empresas las que asesoran a sus clientes sobre qué hacer para no tener representación sindical”, añade.
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