La gran meta fijada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para celebrar “la independencia del coronavirus” está en riesgo. El mandatario quiere festejar el 4 de julio —Día de la Independencia— con el 70% de la población adulta vacunada con al menos una dosis, pero el lento ritmo de inyecciones anticipa que no se logrará, aunque por poco, este propósito. Desde mediados de abril, cuando se alcanzó el punto álgido, con 3,4 millones de dosis inyectadas en un día, el ritmo de vacunación se ha desplomado en más de dos tercios, hasta poco más de un millón de dosis diarias. Sería el equivalente a que en España se pusieran solo 144.000 dosis en un día, cuando solo el martes se pincharon más de 500.000. El freno está puesto en territorios del sur y del medio oeste, donde los más reacios a la inmunización son los afroamericanos —la comunidad más afectada por la pandemia—, que desconfían del sistema médico tras décadas de abusos racistas.
Incluso si se logra la meta del mandatario, las cifras esconderán una enorme disparidad entre los territorios costeros y los del sur. En Estados como Luisiana, Misisipi y Alabama el porcentaje de vacunados ronda el 35%, mientras que en California o Nueva York roza el 60%, según cifras recogidas por The New York Times usando datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC son sus siglas en inglés). Marcus Plescia, director médico de la Asociación de Funcionarios de Salud Estatales y Territoriales, aclara que no es un problema de disponibilidad de las vacunas. “Algunos lugares del sur incluso han pedido que se reduzcan los envíos porque no las están usando”, apunta por teléfono.
Si el ritmo de vacunación continúa la senda de junio, es probable que para el Día de la Independencia un 68% de la población adulta haya recibido al menos una dosis. El epidemiólogo Anthony Fauci ya dio muestras este martes de que la Casa Blanca es consciente de que el objetivo peligra. El asesor médico jefe de la Administración de Biden dijo que espera que se cumpla la meta. “Y si no lo hacemos, vamos a seguir empujando”, agregó en una rueda de prensa.
La epidemióloga Jodie Guest, de la Universidad de Emory, trabaja en Atlanta (Georgia), donde más de la mitad de la población es negra. Los argumentos que más escucha entre quienes no quieren recibir la vacuna son que ya se contagiaron, así que no la necesitan, que temen que afecte a la fertilidad o que la covid-19 sea una maniobra del Gobierno “para deshacerse de la gente”. “Hace 40 años con el VIH escuchábamos eso, han vuelto las mismas preocupaciones”, sostiene. La experta considera que no son dudas inapropiadas considerando el historial de racismo. “En el pasado nos aprovechamos de la comunidad [afroamericana] en nombre de la medicina”, dice.
El escepticismo de los Estados del sur frente al sistema médico viene de largo. Entre 1932 y 1972, el Servicio Público de Salud de Estados Unidos realizó un estudio biomédico a 600 afroamericanos con sífilis. El objetivo del programa no era curarlos, sino seguir su evolución física y mental para ver los efectos de la enfermedad de transmisión sexual. Muchos murieron en lo que se conoce como el Experimento Tuskegee, llevado a cabo en Alabama, un Estado en el que, debido a la lentitud con que avanza el proceso, podría no vacunarse al 70% de su población adulta hasta dentro de un año.
“Lo que tiene que entender la Administración de Joe Biden es que hay que cambiar el guion”, explica la médica. “Que no sea aparecer y decir: ‘Vengo a vacunarte’, sino decir: ‘Estoy aquí para resolver tus preguntas, ¿qué quieres saber sobre las vacunas y cómo te puedo ayudar?”. Guest celebra que el Gobierno haya desplegado puntos de vacunación en iglesias, organizaciones comunitarias y centros de ocio para llegar al corazón de las minorías raciales. “Pero, según mi experiencia, es probable que tengan que volver cuatro veces para que la gente resuelva sus dudas y se sientan seguros para recibir la inyección”, añade.