Al cruzar las puertas de la antigua especiería de Santa María de la Scala en Roma el visitante entra con todos los sentidos en un mundo congelado en el tiempo. Los olores, los colores, el mobiliario, las pinturas, los instrumentales, los venenos, las recetas antiguas, las materias primas que se conservan intactas en esta farmacia, única en su especie y una de las más antiguas de Europa, hablan de otra época y condensan milenios de sabiduría. Arrojan además valiosa información sobre la ciencia farmacéutica a un equipo multidisciplinar e internacional de investigadores que ha estudiado durante años los compuestos y sustancias que se custodian en este extraordinario lugar, situado en el corazón del barrio del Trastevere de la Ciudad Eterna.
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A su valor científico se suma su interés artístico y cultural. Esta antigua botica de la Roma barroca, abierta por los monjes Carmelitas Descalzos en el siglo XVII y que estuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo XX, se convertirá en un museo físico y virtual gracias al proyecto Roma Hispana, de la Universidad de Valencia, que estudia la especiería como parte del patrimonio cultural español en Roma.
En las decenas de cajas, probetas y vasijas que permanecen cubiertas de polvo, en el mismo lugar en el que los monjes las dejaron, los investigadores han identificado, a través de análisis físicoquímicos y estudios culturales, gran multitud de especias, hierbas, compuestos y materias primas de todo tipo y procedencia. Muchas vienen del mundo árabe, del Mediterráneo antiguo: Grecia, Roma, Etruria; de Egipto, Oriente Próximo, India, Ceilán, Tailandia y hasta de México o Perú. “Es un viaje en el tiempo a través de los fármacos o las plantas medicinales, de las especias, de los aromas. Es un mosaico de patrimonio inmaterial en torno al conocimiento del fármaco en el Mediterráneo”, señala a este diario María Luisa Vázquez de Ágredos Pascual, directora del proyecto Roma Hispana.
En la sala de ventas de la botica, situada en el primer piso del convento de los Carmelitas Descalzos, enseguida llama la atención un gran recipiente. Se utilizaba para guardar la teriaca, explica a un puñado de visitantes el padre Marco, uno de los pocos monjes que todavía viven en el convento. El religioso habla de este preparado muy popular en la antigüedad, compuesto por más de 70 ingredientes de origen vegetal, animal o mineral entre los que destacan, entre otros, el opio o la carne de víbora. Surgió como un antídoto universal contra toda clase de venenos en el siglo II a. C., a petición del rey del Ponto Mitríades, que trataba de protegerse contra un eventual envenenamiento. Algunos historiadores han señalado que cuando el monarca fue derrotado por el general romano Pompeyo trató de suicidarse ingiriendo un veneno para evitar ser capturado, pero al estar inmunizado contra todo tipo de tóxicos, acabó reclamando a uno de sus militares que lo matara con la espada. La fórmula de la teriaca se convirtió en una especie de panacea durante la Edad Media y su uso se extendió hasta el siglo XIX.
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