Un partido infinito eternizó al Villarreal después de tres horas de épica. Porque el éxito del club amarillo es toda una epopeya. Nunca jamás un equipo de una población tan pequeña (50.000 habitantes) se había entronizado en Europa. Y este Villarreal lo hizo a lo grande, con mucho sufrimiento, con la mandíbula atornillada frente al jerarca Manchester United. Veintidós penaltis fueron necesarios para coronar la proeza amarilla. El traspié le tocó a De Gea, al que tras una ruleta de infarto en infarto, el otro portero, Rulli, le detuvo el lanzamiento terminal. Agónica final para encumbrar al séptimo equipo español que descorcha un trofeo europeo tras Real Madrid, Barça, Atlético, Sevilla, Valencia y Zaragoza.
Según clásicos se va a ganar, no a perder. Así fue, porque en lo futbolístico fue el partido de la negación por ambos bandos. Nada le gusta más al United que jugar a toda mecha, con el turbo de Greenwood y Rashford. Nada desea más el Villarreal que articular el fútbol a pies de Parejo y Trigueros. En Gdansk nadie consiguió su propósito. El equipo de Solskjaer, forzado a trastear con la pelota frente a un adversario encapotado. El conjunto de Emery apremiado a desenvolverse en la periferia de Rulli. De entrada, los errores se perpetuaron en los amarillos, pifiados con el balón, extraviado Parejo, con botas de plastilina Pau. Como todo andamiaje un jabato: Albiol, comandante en jefe en su área.
No daba el Villarreal con un segundo aire a través de su gabinete de medio campo. Todo le requería tirar de fórceps si quiera para cruzar de campo. No dejaba poner el turbo al United, pero en un partido tan macizo el equipo inglés, con más forro físico, se apuntaba cada asalto, cada choque, cada carga. Y donde hay metralla fluyen tipos como Pogba. A su lado, sin tanto eco en la mediosfera, se proyecta como un cohete McTominay, jugador para todo.
Discurría el encuentro en un campo de minas donde se batallaba cuerpo a cuerpo cuando Parejo tuvo un momento de calma. Cavani le atropelló en un costado del eje central. El madrileño hizo una carantoña a la pelota, la acunó, la fijó al suelo y la acarició con un golpeo mañoso. Gerard Moreno, iluminado como está, dejó a rebufo a Shaw y Lindelof solo llegó a tiempo de enganchar de la camiseta al español. Pero a este Gerard no hay quien le espose así que el catalán cazó el remate y dio la estocada a De Gea. Gerard ha hecho del gol una rutina.
Donde emergió Gerard, aunque fuera de forma episódica, no lo hacía Bruno Fernandes, futbolista bandera del United. Bloqueado el portugués tampoco despegaban por las orillas Rashford y Greenwood, dos balas. El equipo de Emery solo cedía los costados a los laterales, jugadores de pies más anudados. El duelo más esgrimista era asunto de Albiol y Cavani, dos pretorianos de contrastada bravía. Pese a la firmeza del zaguero español, mala señal para el Villarreal, siempre más predispuesto a que el fútbol gravite sobre el balón. Nunca fue un equipo de trincheras por más que en esta final se sostuviera con el pico de Albiol y la pala de Foyth, con la cabeza vendada desde los primeros minutos tras un rodillazo involuntario del hercúleo Pogba que le dejó la nariz maltrecha. La imagen de Foyth retrató bien pronto lo que le esperaba al Villarreal: una resistencia épica, el heroísmo de la debilidad.
En la tregua no hubo sosiego para los muchachos de Emery, tan trabucados con la pelota antes y después del descanso, antes y después del brindis por el tanto de Gerard. De vuelta del intermedio, el mismo Villarreal, pero un United aún con más volumen. Rulli no recibía graves avisos, pero el gobierno inglés era absoluto. Además, Bruno Fernandes encontró poco a poco la forma de liberarse.
Abrochado el submarino, sin ser capaz de poner un paréntesis al dominio del United, llegó el empate. Rashford cazó un remate tras un despeje en un córner, el balón rebotó entre una selva de jugadores y le cayó manso a Cavani. La puerta de Rulli estaba libre de par en par.
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