El domingo 6 de febrero, un hombre de 22 años empezó a vomitar y se desplomó en el suelo de la sala de urgencias de un hospital de la ciudad argentina de Rosario. Los médicos estaban atendiendo ya a otras dos personas que habían llegado en estado muy grave y a una cuarta que aseguraba encontrarse muy mal.
Sus familiares indicaron que habían consumido alcohol y cocaína, pero los síntomas se asemejaban más a los generados por opiáceos: dificultades para respirar, convulsiones y pérdida de la conciencia. El mismo domingo, en otros hospitales, registraron cuatro casos similares más. El diagnóstico encendió las alarmas de todo el sistema de salud ante el temor de que se tratase de la misma sustancia que mató a 24 personas y obligó a hospitalizar a más de 80 el viernes en la periferia de Buenos Aires.
El tratamiento médico aplicado a los ocho pacientes fue el mismo que en Buenos Aires, con naloxona, un antídoto de uso común en hospitales contra los efectos del fentanilo, un opioide utilizado como anestesia en los quirófanos. Seis se recuperaron con rapidez y han sido dados de alta, pero quedan aún dos internados. Uno está fuera de peligro en una clínica privada, mientras que el más crítico, de 41 años, sigue entubado, con asistencia mecánica respiratoria, en la terapia intensiva del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca).
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Se desconoce por ahora la existencia de un vínculo entre los casos de Rosario y el Gran Buenos Aires. El jueves pasado, los análisis realizados sobre la cocaína letal secuestrada en Buenos Aires dieron positivo de carfentanilo, un opioide sintético de uso veterinario que se usa para sedar elefantes y rinocerontes. Basta el contacto con la piel para provocar la muerte en humanos.
En la puerta del Heca, los familiares del paciente aguardan novedades. Angustiados por su estado de salud, dan vueltas y fuman hasta que les permiten ingresar. Rechazan hablar con este medio, pero sí aceptan quienes ya tienen a sus seres queridos en casa o esperan tenerlos en cuestión de horas.
Gladys habla desde el barrio de la Carne, en el sur de la ciudad. En este barrio humilde, que recibe su nombre por la cercanía de un gran frigorífico, vive también gran parte de la familia Rojas, otra de las afectadas por la supuesta cocaína adulterada.
Gabriela asegura, como Gladys, que nunca había visto nada igual y teme por la vida de su cuñado y de otros consumidores de drogas si vuelven a repetirse episodios similares. Entre los rumores que han escuchado en estos días, sin sustento por ahora, está que los narcotraficantes buscan introducir al mercado drogas más adictivas, como los opioides, o que sea una nueva estrategia macabra empleada en la guerra entre bandas.
El consumo de drogas ilícitas va en ascenso en Argentina. Entre 2010 y 2017, último año con estadísticas oficiales, pasó del 3,6% al 8,3%. Los consumidores de cocaína se duplicaron, hasta llegar al 5,3%. De forma paralela, las redes de narcotráfico se hacen cada vez más fuertes en Columna Digital sudamericano y en ningún lugar su presencia es tan visible y violenta como en Rosario.
Asesinada una bebé de un año
Sólo en enero, en la ciudad natal de Messi se perpetraron 26 homicidios, en su mayoría vinculados a ajustes de cuentas o venganzas entre bandas criminales. El crimen más pavoroso fue el asesinato de una pareja y su bebé de un año cuando volvían a casa después de un casamiento narco en los alrededores de Rosario. El automóvil en el que viajaban recibió nueve disparos realizados por sicarios, que después huyeron. El coche fue hallado calcinado.
La violencia de las últimas semanas ha superado límites antes impensables, según el periodista Germán de los Santos, coautor del libro Los Monos. Historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno. “En enero también mataron a una mujer embarazada e hirieron de forma grave a su hija de 9 años. En 2021 hubo doce homicidios de niños”, dice. “Cuesta pensar que esto pasa en Argentina, no hay una imagen de semejante ferocidad porque esto se está viendo recién ahora”, puntualiza.
La muerte y el encarcelamiento de los principales líderes de la banda Los Monos, líderes en el tráfico de drogas en la zona, no los ha sacado del negocio, como tampoco han servido las condenas a cabecillas de otras organizaciones como los Alvarado o los Funes. “Manejan el negocio desde las cárceles a través de los celulares, como si fuese home office”, destaca De los Santos. Aporta un dato: el año pasado fueron incautados 5.492 teléfonos móviles en las cárceles de Santa Fe, que albergan 6.900 presos.
El boom de la soja y el dinero fácil
La violencia comenzó a crecer en Rosario a finales de la década de los noventa, cuando arrancaba también el boom de la soja que se exporta desde los puertos de esta ciudad, situada 300 kilómetros al oeste de Buenos Aires. Además de esta oleaginosa, por el Paraná son embarcadas también enormes cantidades de cocaína procedentes de Colombia, Perú y Bolivia que rara vez se detectan. “Hace años que casi no se secuestran cargamentos de cocaína”, advierte el experto en narcotráfico Jorge Vidal. El último grande, con 27 toneladas de esta droga, fue hallado por las autoridades portuarias de Hamburgo, en Alemania, después de haber hecho escala en Buenos Aires sin levantar ninguna sospecha. “El narco lo corrompe todo. Santa Fe tiene una policía muy poco profesional y corrupta. En cinco años dos jefes de policía han ido presos”, agrega Vidal.
El exministro de Seguridad santafesino Marcelo Saín coincide en que la policía de Santa Fe no tiene control sobre el territorio. Esa realidad y la fragmentación de las bandas criminales a partir de 2013 explican, a su juicio, gran parte de los crímenes que se viven en esta ciudad. Hoy, Rosario tiene la mayor tasa de homicidios de toda Argentina, cerca de 20 por cada 100.000 habitantes, cuando la media del país es inferior a siete. “Rosario es la ciudad más violenta porque el narco se asentó primero allí, pero lo que pasa en Rosario puede llegar a pasar en el gran Buenos Aires”, advierte Vidal.
En los últimos tiempos, al lucrativo negocio del narcotráfico se le ha sumado también el de las extorsiones a comerciantes. “Con la mafia no se jode”, aparece escrito en los escaparates de tiendas o persianas de empresas baleadas a cuyos dueños se les exige dinero a cambio de protección.
Los habitantes de los barrios pobres del sur de Rosario han sufrido más que nadie la transformación de la ciudad. Allí está ubicado el barrio de Las Flores, donde comenzó a forjarse el poder de Los Monos. Los familiares de los internados declararon que la supuesta cocaína adulterada había sido adquirida allí y la policía realizó tres allanamientos en la zona unas horas después, con un detenido. “Cuando yo llegué a vivir, hace 40 años, era un barrio tranquilo. No había droga”, dice Ramona, vecina de Las Flores. “O no se veía”, matiza poco después. “Ahora sí, todos sabemos que venden droga, la policía también, pero si no te metés te dejan en paz”, cuenta esta madre de 12 hijos. Cuando se instaló, recién casada, casi no había delincuencia, a excepción de algunos ladrones. “Pero tenían códigos, no robaban a nadie del barrio”, dice.
Ramona, como muchos rosarinos, ve con preocupación el aumento de la violencia y el avance del consumo entre los más jóvenes. “Nadie se interesa ni mueve un dedo”, resume sobre el sentir de aquellos vecinos que intentan mantenerse al margen de las disputas entre bandas.
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