Vivimos en un mundo impregnado de plástico, una realidad inquietante que cada vez cobra más relevancia. Este material omnipresente se encuentra en el aire que respiramos, el agua que bebemos y hasta en los alimentos que consumimos. Lo alarmante, sin embargo, es que nuevas investigaciones sugieren que estos perjudiciales microplásticos y nanoplásticos también han llegado a nuestros cuerpos. Investigaciones recientes han detectado estas diminutas partículas en órganos vitales como los pulmones, intestinos, sangre y tejido cerebral, e incluso en la leche materna.
Un estudio notable publicado en Nature Medicine reveló la presencia de residuos plásticos en cerebros humanos, con una concentración que llega a ser hasta 30 veces mayor que en el hígado. Para ilustrar su impacto, se estima que esta acumulación equivale a tener el contenido de una cucharadita de plástico en el tejido cerebral, algo inconcebible para cualquier otro tipo de contaminación. Más alarmante aún es que las personas diagnosticadas con demencia presentan niveles de microplásticos tres a cinco veces superiores a los del resto de la población analizada.
La magnitud del problema es aterradora. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) indica que se producen más de 400 millones de toneladas de plástico cada año, de las cuales menos del 10% se recicla. Cada año, al menos 11 millones de toneladas de plástico terminan en cuerpos de agua, donde se descomponen en partículas microscópicas que invaden prácticamente todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. El Secretario General de la ONU, António Guterres, ha resaltado que esta contaminación "asfixia al planeta", afectando desde las zonas más elevadas de la Tierra hasta las profundidades del océano, penetrando incluso en nuestro organismo.
La ingestión de microplásticos es un fenómeno preocupante: se estima que cada persona consume más de 50,000 partículas de plástico anualmente, cifra que podría aumentar significativamente si se considera la cantidad que se inhala. Aun cuando aún se están llevando a cabo investigaciones concluyentes, se ha descubierto que las partículas más pequeñas pueden atravesar las paredes del intestino y llegar al torrente sanguíneo, desplazándose hacia diferentes órganos. Estudios preliminares sugieren que estos plásticos pueden causar estrés oxidativo, inflamación y alteraciones metabólicas, así como anomalías en la proliferación celular.
La contaminación por microplásticos no ocurre de forma aislada; estas partículas generalmente llevan consigo aditivos químicos tóxicos, como el bisfenol A (BPA), que agravan sus efectos dañinos para la salud.
Si bien es casi imposible suprimir completamente el consumo de microplásticos, hay medidas prácticas que podemos adoptar para reducir la exposición. Por ejemplo, se recomienda evitar el agua embotellada, ya que un adulto puede ingerir hasta 127,000 partículas al año solo a través de esta fuente; el uso de filtros en el agua del grifo puede reducir esta cifra a alrededor de 4,000. También es aconsejable no calentar alimentos en recipientes plásticos, dado que el calor puede liberar partículas, y optar por utensilios de vidrio o metal. Además, reducir la ingesta de alimentos ultraprocesados y mariscos filtradores, así como evitar bolsas de té de plástico, puede contribuir a una disminución en la exposición.
El pasado 5 de junio, durante el Día Mundial del Medio Ambiente de 2025, se llevó a cabo la campaña #BeatPlasticPollution, promoviendo un acuerdo global que regule el ciclo de vida del plástico. António Guterres instó a los gobiernos a desarrollar un tratado que sea "creíble, justo y aplicable", priorizando la economía circular y abordando las preocupaciones de las comunidades junto con los objetivos ambientales del planeta.
La información presentada refleja datos de 2025 y, según el conocimiento disponible en la fecha actual (1749740619), el impacto y la preocupación por la contaminación plástica a nivel global continúan siendo un tema candente que merece atención urgente y soluciones efectivas.
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