No son ni las ocho de la mañana y Drocella, de unos 50 años, ya está haciendo su primer test de malaria del día. No en un centro de salud ni en un hospital, sino en su propia casa del barrio de Muguba, en una de las colinas ruandesas próximas al lago Kivu. “Les doy consejos y, si es necesario, algún medicamento. Cuando me supera, los mando a ver a un médico”, asegura, orgullosa. Drocella es una de los 60.000 agentes comunitarios de salud de Ruanda, voluntarios escogidos por los propios vecinos y formados por el Gobierno que prestan servicios sanitarios básicos en sus casas o puerta a puerta. Este modelo de proximidad está en auge en toda África, donde ha mostrado su eficacia en la prevención y lucha contra la mortalidad infantil, la malaria o el VIH, y en las recientes epidemias de ébola y covid-19.
Los agentes comunitarios prestan cuidados sanitarios básicos gracias a una cierta formación, pero sin título profesional formal ni diploma de educación en ese campo. No cobran formalmente por sus servicios, aunque reciben algún tipo de remuneración y su papel es clave en la prevención y lucha contra numerosas enfermedades en África, sobre todo en las zonas rurales y remotas de países en desarrollo, cuyo sistema sanitario es más débil y no llega a cubrir las necesidades de la población.
En 1985
La Fundación Rockefeller publicó un revelador informe titulado Buena salud a bajo coste en el que trataba de responder a la pregunta de por qué algunos países de bajos ingresos habían logrado mejores resultados que otros en salud primaria. En concreto, ponía el foco en China, Costa Rica, el estado indio de Kerala y Sri Lanka, donde la extensión de la atención primaria se había convertido en una prioridad y se abordaba no solo desde una perspectiva sanitaria, sino social y económica. Los agentes comunitarios han formado parte de este proceso y los países africanos, con el apoyo de organismos internacionales, tomaron buena nota y pusieron en marcha programas que, además, desde un enfoque antropológico, conectaba con un tipo de medicina de proximidad practicada en el continente durante siglos.
“En realidad, estos agentes son un retorno a las raíces de cómo debería ser la atención sanitaria”, asegura Dina Balabanova, profesora de Políticas y Sistemas Sanitarios en la citada escuela londinense y experta en el caso etíope, “pero tienen que estar incluidos en el sistema. El problema es retenerlos, motivarlos, que sea sostenible”. El modelo ha conocido un extraordinario auge en las últimas dos décadas, pasando de contar con medio millón de efectivos a prácticamente el doble. La epidemia de ébola de 2014 en Guinea, Sierra Leona y Liberia marcó un punto de inflexión. “Fueron vitales”, reconoce Balabanova, sobre todo a la hora del diagnóstico precoz de los enfermos y la adopción de medidas de prevención. El peligro es morir de éxito.
“Muchas veces están sobrecargados de trabajo”, asegura la experta. Para Martínez-Álvarez, el debate es fijar cuáles son sus funciones y establecer una remuneración adecuada para que no abandonen. “Ahora están muy de moda, los gobiernos tratan de fortalecerlos y de invertir en su formación. Creo que es un modelo que Europa y los países más ricos podrían importar, al menos en parte, porque permitiría fortalecer los vínculos de barrios y comunidades con el sistema público de salud”, añade la investigadora.
Países como Etiopía, Kenia, Sudáfrica, Ruanda, Senegal o Nigeria han mostrado un especial interés en el desarrollo de su red de agentes comunitarios, que han desempeñado un papel central en las recientes campañas de vacunación, como la covid-19, sobre todo a la hora de hacer frente al rechazo. Buena parte del éxito de Nigeria en su combate para erradicar la polio salvaje reposa sobre sus espaldas, al igual que la amplia inmunización puesta en marcha en Guinea, Sierra Leona y Liberia en 2016 para enfrentarse a la epidemia de ébola. “Es una cuestión de confianza. Son miembros de la comunidad a quienes se conoce y respeta. Eso hace mucho”, comenta Dina Balabanova.
Uno de los efectos beneficiosos del sistema es la generación de recursos extra en los pueblos. En 2015, los agentes comunitarios de Karongi, en Ruanda, tomaron una decisión con el respaldo del Fondo Mundial: usar el 70% de sus ingresos en la construcción de un edificio comercial. Tres años más tarde, el centro es una realidad y el alquiler de los locales genera aún más beneficios a los agentes comunitarios, además de incentivar la actividad económica en la zona. En Ruanda, estos cobran por objetivos. “Con ese dinero invertimos en la jubilación o en la educación de nuestros hijos”, asegura Patience Malimpaka, presidente de la cooperativa de agentes de salud de Karongi.
Todas estas actividades que se llevan a cabo por agentes comunitarios de salud en muchos países africanos, alivia la carga en el sistema de salud, aún que debemos destacar que a pesar de la ayuda que estas personas ofrecen a sus comunidades los expertos coinciden en que deben delimitarse con claridad sus tareas, recibir una formación constante y adecuada y obtener remuneración suficiente, tal y como ya recomendaba la OMS.
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