El dilema de seguir comiendo animales y alimentos de origen animal en este siglo da cada vez más frutos literarios. Además de los reportajes que proporcionan estadísticas y datos descorazonadores acerca del funcionamiento de granjas y mataderos y que alertan sobre las negativas consecuencias climáticas de seguir alimentándonos de animales, otros textos de tono más intimo optan por una escritura ensayística combinada con experiencias personales en relación con la ingesta de productos de origen animal o con su abandono.
El más reciente es el ensayo del escritor cubano Ernesto Hernández Busto, titulado Cerdos y niños. Por qué seguimos siendo carnívoros. Con este título podemos intuir que no nos encontramos precisamente ante el testimonio de una transición al veganismo, sino más bien de un texto cuya tesis principal es que alimentarse de animales, en concreto de productos porcinos, es connatural al ser humano. El libro lo abre una experiencia fundacional de infancia: el autor presenció de niño la matanza de un cerdo en Yareyal, un pueblo de Cuba donde, en palabras del autor, “los niños teníamos con los cerdos la misma relación que con otras mascotas, aunque velada por un horizonte de sangre”. El autor experimentó una conmoción ante aquel ritual (“me estremecí ante el grito casi humano de aquel primer cerdo, y mucha gente confiesa un sentimiento parecido en similar trance”) y revela que sintió piedad hacia el animal, pero también admite haber comido de aquella carne ese mismo día y los subsiguientes. El hecho de que tras asistir al sacrificio de un cerdo la mayoría de los humanos no abandonen sus prácticas omnívoras de inmediato es el hilo conductor de este ensayo, que se pasea por la antropología, el folclore, las artes visuales, la religión y la literatura, empleándolos como herramientas para exponer y desarrollar sus argumentos.
“Los niños teníamos con los cerdos la misma relación que con otras mascotas, aunque velada por un horizonte de sangre”, relata el cubano Ernesto Hernández Busto
Cerdos y niños está documentado con abundantes ejemplos que van desde la figura de la hechicera Circe de La Odisea, que convertía a los hombres en animales, hasta una escena crucial de la novela El señor de las moscas de Golding, en la que la cabeza de un cerdo salvaje clavado en una estaca aparece en medio del bosque, pasando por la referencia a los escritos de Elizabeth Costello, la autora creada por Coetzee, que funciona como alter ego del autor sudafricano en algunas de sus conferencias. Costello es una ferviente abogada del vegetarianismo y en el libro Las vidas de los animales (que hoy forma parte de la novela titulada Elizabeth Costello), Coetzee le da voz para que reflexione sobre el lugar que ocupan los animales en la filosofía y en la vida cotidiana de Occidente y se pregunte por la supuesta superioridad del ser humano ante aquellos.
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