México está en plena espiral de violencia. La guerra entre grupos criminales no cesa en Michoacán, dejando a su paso una estela de asesinatos, balaceras y bloqueos por el control del tráfico de drogas en la costa del Pacífico. Las comunidades indígenas de Chiapas, en el sur del país, están a merced de extorsiones, amenazas y saqueos, mientras la formación de grupos civiles de autodefensa no ha frenado el éxodo de miles de personas para huir del conflicto.
El presidente, Andrés Manuel López Obrador, ha atraído la atención en su conferencia de prensa de este viernes sobre la situación que se vive en el central Estado de Guanajuato y ha exigido a las autoridades locales que hagan algo para combatir la escalada de homicidios violentos. Pero las noticias sobre el último pico que ha teñido de rojo al país llegan desde los cuatro puntos cardinales.
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Cuestionado por la crisis, el mandatario ha descartado cambios de fondo a su estrategia de seguridad y busca crear un frente común con los gobernadores bajo la promesa de pacificar al país: una pacificación ampliamente anhelada, pero que no ha llegado tras más de 15 años de guerra contra el narcotráfico que se ha extendido por Gobiernos de tres partidos diferentes.
López Obrador ha dado un giro al discurso sobre la violencia en comparación con sus predecesores: ya no se centra en comunicar la captura y el abatimiento de los cabecillas de los carteles, sino en mandar mensajes de conciliación. “Abrazos, no balazos” es el lema de su mandato para sintetizar ese vuelco discursivo, que contrasta con el papel omnipresente que ha dado al Ejército en la vida pública del país: desde hacerse cargo de las tareas de seguridad hasta asumir la distribución de las vacunas contra la covid-19.