Los renglones escritos a mano se retorcían en la libreta de comandas de Rogelio Antelo, natural de Corcubión (A Coruña) y carnicero en el vecino pueblo de Cee. Las palabras bailaban en sus notas y a veces no entendía ni su letra. “Además sentía que hablaba mal, con una sensación rara en la lengua. Como si tuviese gusanos en la boca”, relata. No lo sabía aún, pero eran los primeros síntomas de muchos. Como aquella vez que salía de entregar un pedido en un bar y se cayó en la calle, sin más. Miró incluso alrededor por si alguien lo había visto y creía que estaba ebrio. Pero él no bebía, como tampoco nunca había tenido tan mala caligrafía. “No sabía el qué, pero algo me estaba pasando”, explica el hombre, de 57 años. Tardó un lustro en ponerle nombre a esos renglones caídos: padecía la SCA36, una rara ataxia hereditaria descubierta en las comarcas coruñesas de la Costa da Morte y que afecta al equilibrio, al habla y a la audición. Hay menos de 500 casos en el mundo, unos 150 solo en esta punta de Galicia.
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Cobijadas por el pasado, entre las ruinas del poblado castrense de Borneiro y la joya neolítica del dolmen de Dombate, en el municipio de Cabana de Bergantiños, las historias de aquel mal sin nombre perviven en el tiempo. Problemas en el habla, dificultad al caminar, desequilibrio, sordera… Durante años, aquellos síntomas sin causa se colaban en las casas y achicaban a los enfermos de puertas adentro, entre barruntos de que era cosa de meigas o castigos divinos. “Es una enfermedad muy mala. Antes decían que era cosa de nervios. Hay aquí una familia que son siete hermanos y creo que todos la tienen: una de las hermanas ya no se mueve y la otra usa un andador”, lamenta Susa Castro desde su huerto, en la aldea de Borneiro. Si hace memoria, dice, aún recuerda también al patriarca de esa familia con un andar “raro”, como los hijos hoy.
Por carambolas de la vida, en los años noventa, ese mal sin nombre ni cura se topó con Manuel Arias, neurólogo del Hospital de Santiago. Su secretaria de entonces conocía a un vecino de Cabana con síntomas extraños y se lo comentó al médico, a ver si podía echarle un ojo. Arias accedió y, tras ese caso, apareció otro, y otro, y otro más. Todos con un cuadro coincidente de ataxia (descoordinación en las funciones del sistema nervioso). Los pacientes con esa especie de “gusanos en la lengua” y tropiezos al andar empezaron a llegar a cuentagotas a su consulta, procedentes de Cabana, de Malpica, de Ponteceso, de Muxía. La insólita enfermedad acechaba a las aldeas de la Costa da Morte.
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