Este martes, las autoridades de la ciudad de Pekín han decidido permitir el acceso a algunos lugares públicos, como supermercados, centros comerciales, oficinas y aeropuertos, sin necesidad de mostrar el resultado negativo de una prueba PCR. La decisión se tomo tras las protestas constantes de la ciudadanía china.
De momento, sigue siendo necesario escanear con el móvil el ubicuo sistema de códigos QR en los accesos a estos lugares y también se sigue requiriendo una PCR negativa para acceder a un buen puñado de lugares como bares, guarderías y colegios (muchos de los cuales, por cierto, siguen clausurados en Pekín, que navega una ola de contagios de proporciones desconocidas). Pero estas nuevas reglas adoptadas en la capital del país, similares a las que ya se han tomado en otras grandes ciudades como Shanghái, y sumadas a la relajación de los confinamientos en urbes como Guangzhou, son un ejemplo del viraje en la estrategia de lucha contra la covid poco más de una semana después de las protestas de los folios en blanco, la mayor muestra de descontento ciudadano en la era del presidente chino, Xi Jinping, en el poder.
El escenario, dijo Sun, ha cambiado “a medida que la patogenicidad del virus ómicron se debilita, se vacuna a más personas y se acumula experiencia en la contención del virus”. Este giro ya había comenzado a ejecutarse en parte con el lanzamiento hace casi un mes de una batería de 20 directrices para “optimizar”, en palabras del Gobierno chino, la política antipandémica. Entre ellas se encontraba la reducción de los plazos de cuarentena para los contactos estrechos y la aceleración de la vacunación de los mayores, uno de los puntos flacos de China ante una eventual reapertura.
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