Cientos de jóvenes están peregrinando hacia el puesto fronterizo del Tarajal para volver a casa. Los jovenes se lanzaron al mar entre el lunes y el martes con poco más que su teléfono y unos cuantos dirhams en una bolsa. Bordearon el espigón que separa Castillejos de Ceuta y pasaron horas deambulando por la calle. Tras uno o dos días al raso, algunos sin comer, han decidido que el viaje se ha acabado. “En Marruecos no hay nada”, “Vine aquí para buscarme la vida, pero tampoco hay nada”, “Intenté llegar a la Península, pero no lo conseguí”.
Ceuta vive en las últimas horas un movimiento inverso al que afrontó durante el lunes y el martes con la llegada de entre 8.000 y 9.000 personas, según los cálculos de las fuerzas de seguridad. Desde el mismo lunes, 5.600 de quienes entraron irregularmente en la ciudad autónoma han retornado. Miles de esos retornos han sido, según el Ministerio del Interior, “rechazos en frontera”, el eufemismo utilizado para las devoluciones en caliente. Pero otros cientos, un número indeterminado que no para de crecer desde el martes, han emprendido la vuelta a casa voluntariamente. “No hay mayor disuasión para los que quieren aún entrar que ver a tanta gente volviendo”, apunta una fuente de los cuerpos de seguridad.
Samira Ajbar, de 17 años, bordeó el espigón junto a decenas chavales de su barrio la noche del domingo. Lo hizo tranquilamente, en chanclas y falda. No lo pensó mucho, todos sus amigos se iban y ella se apuntó. “En Marruecos no hay nada, estamos destrozados”, cuenta en la cola antes de acceder al puesto fronterizo. Creía que al llegar a Ceuta como menor podría quedarse en un centro de protección, pero tras tres días deambulando vio que no. “Está todo lleno. Intentaron engañarnos diciendo que podríamos ir al CETI [el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes], pero no nos dejaron entrar”, afirma. Tras dos noches durmiendo al raso con sus amigos en los alrededores del puerto, vuelve a Fnideq (Castillejos).
El grupo de militares que custodia el acceso este miércoles lleva desde las 22.00 de ayer ordenando salidas de 20 en 20 prácticamente sin parar. Entre las 9.30 y las 10.00 han salido al menos 60 personas, la mayoría jóvenes, pero también niños de unos 12 años y familias enteras. Los militares son ceutíes y hablan dariya ―árabe marroquí― con los jóvenes que se acercan tranquilamente a la frontera con algunas bolsas con ropa y comida. Entre los que se colaron a nado aparecen también mujeres con maletas, trabajadoras transfronterizas que se vieron atrapadas en la ciudad tras el cierre del paso en marzo del año pasado y que, con esta apertura extraordinaria, han visto la oportunidad de volver a sus casas.
Mohamed Tuitouijr, de 32 años, antes de la pandemia había intentado ya tres veces llegar a la Península ―una en patera y dos como polizón en un ferry― para encontrarse con su padre que vive en Madrid. No lo consiguió y cuando se enteró de que las fuerzas de seguridad marroquíes estarían de brazos cruzados vio de nuevo la oportunidad. “Llevo desde que comenzó la pandemia sin trabajar, en Marruecos estamos maltratados”, cuenta. Se lanzó al mar el lunes, con la esperanza de colarse después en un barco rumbo a la Península. “Fui al puerto, pero me echaron y llevo desde el lunes durmiendo en la calle”, explica.
A pesar de los cientos de salidas, Ceuta no ha recuperado la normalidad. Aún hay miles de personas en la ciudad, alojadas en casas, en las naves habilitadas para la emergencia, durmiendo bajo los puentes o deambulando por las calles. Este miércoles algunos parques de Ceuta amanecían con decenas de personas en sus fuentes aseándose y los alrededores de las tiendas de alimentación cercanas a la playa del Tarajal concentraban grupos de jóvenes que aún no tienen muy claro qué harán. A pesar de la alarma y la indignación de los vecinos que generó el aluvión de entradas en la ciudad, fuentes gubernamentales aseguran que no ha habido altercados relevantes o problemas de seguridad.
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