Lo seguro, pasara lo que pasara, eran las lágrimas garantizadas en el Azteca. El Cruz Azul era un errante del fútbol mexicano con más de dos décadas como el mayor subcampeón de su país. Era un club castigado por los azares del fútbol, hasta este domingo. Los cementeros empataron 1-1 con Santos Laguna en el estadio Azteca que, sumado con su victoria en la ida 0-1, les ha coronado en la Liga MX. Con un exceso de dramatismo y nervios, el Cruz Azul puede dejar atrás ser el sinónimo del perdedor.
En el césped del Azteca, los de Santos Laguna tomaron protagonismo. Los de azul cedieron el mando. Cuando tenían el balón preferían mandar el balón al quinto demonio como si no quisieran jugar con el balón. Las jugadas del local eran equivocadas en pases cortos. Era un equipo timorato. Aguirre, un delantero talentoso de Santos, propuso más. Otero ponía en presión a los azules que estaban aterrados sobre el campo. Y todo se derrumbó. Al minuto 36, Diego Valdés, jugador del Santos, salió del fango y entre tres defensores sacó un tiro que terminó dentro de la portería. El 0-1 revivía todos los miedos del Cruz Azul. A jugar a contracorriente. No querían sumar una séptima final perdida en torneos cortos (desde 1996) ni la duodécima en toda su historia.
El medio tiempo fue favorable para Cruz Azul. En los vestidores, el entrenador cementero Juan Reynoso sacudió a la plantilla. Sacó del campo a sus velocistas por la banda: Roberto Alvarado, un extraviado en el campo, y Orbelín Pineda, un ágil centrocampista. El club ganó músculo. Tardaron cinco minutos para encontrar la luz. En un sufrido tiro de esquina a favor de Santos Laguna, los cementeros se fueron a toda velocidad en un contragolpe. El balón terminó en el ídolo de azul, Jonathan Rodríguez, que marcó un gol que encontró eco en las tribunas que encontraron la mejor vía para la catarsis. Lo intentaron con Santiago Giménez, hijo del legendario Christian Giménez, con sus búsquedas para hacer un gol. Tuvo una clara cuando se quitó al portero rival, pero no encontró a nadie.
La recta final del partido fue un parto. El Cruz Azul, jugando con una navaja entre los dientes, tuvo que aguantar la avanzada del Santos. Entre estrés y cansancio, los cementeros estaban a la búsqueda de la defensa. Pero ni con la ventaja en el marcador global (2-1) los hinchas celestes estaban tranquilos. Ni con el triunfo en el bolsillo encontraban un bálsamo. La resistencia fue tal que, el partido en la agonía del tiempo agregado, hubo una gresca provocada por los laguneros. Incluso, con un minuto agregado sobre el tiempo extra, no se sabían campeones. Con el corazón en la garganta, aguantaron hasta el pitazo. Fin. Adiós al mote de subcampeón, adiós a la derrota agónica, adiós a la cruzazuleada.
El club ha recurrido a fichar a exjugadores de su rival repudiado, el América, para intentar encontrar el cambio a su historia. También ha recorrido a las sesiones dudosas de coaching y a la psicología. Ha probado con entrenadores con cierta reputación (véase el caso de Paco Jémez y Pedro Caixinha). Ha fichado a talentos internacionales como Roque Santa Cruz y Amaranto Perea. Incluso ficharon al primo de Messi, Maximiliano Biancucchi. Y ninguno había funcionado. Hasta hoy. La clave estuvo en Juan Reynoso, que formó parte de la que era la última generación ganadora en 1997. Regresó al club como entrenador y levantó al club. Veintitrés años, cinco meses y 23 días, Cruz Azul vuelve a recordar cómo es gritar que es campeón.
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