No hay teletransportación. Tampoco se ha colonizado el espacio, ni siquiera los planetas del Sistema Solar. No se ha puesto solución a problemas como las crisis de los refugiados, hambrunas y sequías, el calentamiento global y seguimos dependiendo del petróleo como fuente de energía. No hay igualdad entre los seres humanos, el capitalismo en su versión neoliberal cruel campa a sus anchas y ni siquiera la última pandemia ha puesto de acuerdo a la humanidad en las medidas para atajarla. En cambio, en la pantalla, los coches vuelan, los robots humanoides asumen los trabajos más complicados, hay federaciones mundiales, Marte parece el patio trasero de la humanidad. A cambio, otras películas levantan acta del apocalipsis en forma de rebelión de las máquinas, desastres naturales, caídas de meteoritos gigantes, amenazas extraterrestres o, sencillamente, desgracias provocadas por la ruindad del hombre. En la vida real el futuro se parece demasiado al pasado, los cambios tecnológicos no han sido tan radicales como los apuntados en el cine, aunque, al menos, no nos vestimos con monos de licra. Pero acertaron quienes rodaron una narcolepsia colectiva en una sociedad más pendiente del lanzamiento del último móvil que de los conflictos humanos.