Si existen hechos científicos, como la Teoría de la Relatividad General o la Ley de Murphy, que parecen irrefutables, en el cine también existen algunos mandamientos cimentados en su infalibilidad. Uno de ellos sostiene que cuando Ben Affleck sube, Matt Damon baja. Y viceversa. Las carreras de los dos amigos bostonianos se han desarrollado como dos montañas rusas paralelas, en las que sus respectivas vagonetas se cruzan por culpa de relaciones personales truncadas, malas decisiones artísticas o declaraciones salidas de tono. Y, obviamente, buenos trabajos en pantalla y sabias elecciones artísticas; algunas hasta compartidas (han hecho una decena de filmes juntos), como El indomable Will Hunting, Dogma o Persiguiendo a Amy.
Hace justo un mes, durante el festival de Cannes, parecía que esa ley se resquebrajaba. Ante el periodista aparecía un Damon de 50 años sonriente y con cara de cansado. La noche había sido larga, al sumarse la celebración del estreno de gala de su película Cuestión de sangre con el triunfo futbolístico de Argentina en la Copa América: la esposa de Damon, Luciana Barroso, es argentina. Mientras, Affleck disfrutaba de su resucitada relación con Jennifer Lopez y los dos actores y guionistas se preparaban para presentar en septiembre en el certamen de Venecia Duelo final, un drama medieval que ambos han coescrito y coprotagonizado bajo la dirección de Ridley Scott.
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Pero el equilibrio era precario. Acabado Cannes, Damon tuvo que puntualizar unas palabras de una entrevista en The Sunday Times en las que, henchido de gozo, había descrito una cena familiar en la que una de sus hijas se había levantado de la mesa escandalizada cuando su padre le contó lo manido que era el término “faggot (marica)” en el Boston de su infancia y adolescencia, y que él mismo la había pronunciado en Pegado a ti. “Tras esa charla nunca más la he vuelto a usar para referirme a un homosexual”, contaba.
El incendio en las redes sociales fue de manual. De poco sirvió que días más tarde aclarara: “Jamás he llamado a nadie marica en mi vida privada y esta conversación con mi hija no fue un despertar personal”. No es la primera vez que el actor no mide sus declaraciones. En diciembre de 2017 demostró que no había entendido el movimiento MeToo cuando dijo, entre otras frases: “Una cosa sobre la que no se está hablando es que hay una gran cantidad de hombres, la mayor parte, que no hacen este tipo de cosas”. Al mes se retractó.
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En cambio, ese mediodía de Cannes las aguas aún se mantenían en calma. En la pequeña sala de un hotel de lujo la silueta de un solitario Damon se engrandece al ponerse en pie para saludar. Pregunta si puede hablar sin mascarilla (”Estoy vacunado y supongo que tú también”, arguye el protagonista de la profética, en pandemia, Contagio) y pide perdón por no conversar en español: “Lo entiendo más que hablo”, apunta con un acento muy cerrado. Por el bien de sus relaciones familiares, eso se espera. “Sí, si no, no comprendería las charlas entre mis hijas”, remata ya en inglés ente risas. Damon y Barroso son padres de tres chicas, y Damon adoptó a la hija que Barroso había tenido previamente como madre soltera.
El tema de la paternidad alimenta el motor dramático de Cuestión de sangre, que se estrena este viernes en España y en la que Damon encarna a un obrero de la construcción en Stillwater, en la América profunda de Oklahoma. Su única hija está presa en Marsella, condenada por el asesinato de su compañera de piso. Cuando ella le pide ayuda para ahondar en una nueva pista que podría mostrar su inocencia, el personaje de Damon se muda a la ciudad portuaria francesa. “Por una vez, el superhéroe es, sencillamente, un padre”, explica.
“Cuando elijo un guion, me decido por detalles íntimos, como en este caso la relación que reconstruyen los dos personajes en Francia. No tiene nada que ver conmigo, porque el mío acarrea un montón de vergüenza y culpabilidad por no haber estado antes más presente en la vida de su hija. Lo bonito es que es un personaje perdido, que ni entiende lo que pasa a su alrededor en Francia por el abismo idiomático, ni le sirven sus habilidades como obrero para ninguna relación humana”.