Si la guerra cultural fue diseñada originalmente para acabar con la Guerra Fría, su actualización parece fabricada por gente que no quiere salir de esta. Esa que se siente cómoda explicando el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos como una infiltración comunista o una protesta de artistas en La Habana como una operación de la CIA (el terrorismo también le funciona a cualquier bando). La misma que, mientras levanta un muro infranqueable entre el alma cultural de la izquierda y su espíritu de clase, aplaude la disipación de fronteras entre elementos contrapuestos del rojipardismo. Matices para qué, parecen preguntarse, si un “posmo” y un obrerista son más irreconciliables que un neomacartista y un neoestalinista. Paradojas para qué, si no hay nada como un manual o una lista negra para despachar las contradicciones de este mundo.
En medio de ese chapoteo, no es mala gimnasia la lectura de Neo-Operaísmo (Caja Negra, 2020). Un bloque de teoría dura que enlaza los años setenta del siglo XX con la actualidad. Un vuelo entre Antonio Negri y el colectivo Claire Fontaine sin escala en el pensamiento débil, aquella compilación de Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovatti —ahora cumple cuatro décadas, por cierto—, devenida en la escuela más ligera de la teoría posmoderna a base de cambiar la razón por “lo razonable”, la ideología por la escritura y las convicciones por las metáforas.
Desde la primera línea de Neo-Operaísmo, Mauro Reis deja clara la intención de abordar directamente la situación del trabajo en el capitalismo contemporáneo, aunque avanzando más allá de su localización convencional en la fábrica o del carácter estático de la centralidad obrera. Y desde la primera página de esta plataforma colectiva intuimos el callejón sin salida de la falsa dicotomía entre cultura y clase, la inutilidad de alimentar la letanía de sus excluyentes mitificaciones o menosprecios, la caricatura en la que se está convirtiendo este diferendo cuya historia acaba casi siempre en un monumento a la purga.
No hace falta estar de acuerdo con todos los textos recogidos en este libro difícil y, al mismo tiempo, oportuno. Basta, en principio, con que compartamos la idea de la teoría como una caja de herramientas, tal como la definía Deleuze, y no como un baúl de los recuerdos. O que nos desmarquemos de esa insufrible manía que consiste en encasquetarle las agendas del presente a cualquier obra del pasado con tal de “adaptarla” a nuestros intereses inmediatos.
No hace falta estar de acuerdo con todos los textos recogidos en este libro difícil y, al mismo tiempo, oportuno.
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