Los representantes de las diplomacias de Estados Unidos y China, Antony Blinken y Wang Yi, respectivamente, se han reunido este viernes en Naciones Unidas para tratar de rebajar tensiones en torno a Taiwán después de dos meses en los que los roces entre ambas potencias en torno a la isla autogobernada no han hecho sino aumentar. Ambos, según Washington, han acordado mantener abiertas las líneas de comunicación entre los dos países. Y el estadounidense ha subrayado al chino que es “vital” mantener la paz y la estabilidad en el estrecho de Formosa.
El encuentro comenzó con un apretón de manos entre el secretario de Estado y el ministro de Exteriores. Ninguno de los dos quiso contestar a las preguntas que les lanzaban los periodistas presentes en ese momento en la sala. El Departamento de Estado había indicado, en un comunicado previo a la reunión, que la cita formaba parte de los esfuerzos de Washington por “mantener abiertas las líneas de comunicación y gestionar de modo responsable la competición” entre ambas naciones.
“Por nuestra parte, el secretario de Estado dejó claro como el cristal que, de acuerdo con nuestra política de una sola China ―que, insistimos, no ha cambiado―, mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho es vital, absolutamente importante”, ha declarado un alto funcionario estadounidense, que habló tras la reunión bajo la condición del anonimato.
En un gesto más que simbólico, inmediatamente antes de la reunión con Wang, Blinken se había reunido con sus homólogos del llamado Quad, la alianza informal entre Estados Unidos, Japón, India y Australia que Pekín considera que tiene como objetivo impedir el auge chino. “Nuestros cuatro países saben muy bien que los desafíos significativos que encaramos, así como las oportunidades que se nos presentan, exigen más que nunca nuestra colaboración”, sostuvo el secretario de Estado, en la firma de un acuerdo sobre cooperación en asistencia en casos de desastres naturales.
Era la primera vez en que Blinken y Wang se veían cara a cara desde su reunión en Bali (Indonesia) en julio, durante un encuentro de ministros de Exteriores del G-20. Entonces, ambos altos cargos habían declarado su intención de una relación más fluida, pese a los roces ―y la profunda desconfianza mutua― en casi cada área de interacción, desde Taiwán al comercio, con la lucha contra el cambio climático entre las escasas y relativas salvedades. Wang se ha reunido esta semana en Nueva York con el enviado estadounidense para el cambio climático, John Kerry, pese a que en plena escalada de las tensiones bilaterales el pasado agosto Pekín anunció que ponía en barbecho la cooperación climática.
Pero tras aquella declaración de buenas intenciones llegó lo que Pekín interpretó como un torpedo diplomático contra su línea de flotación: la visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes en Washington, Nancy Pelosi. La tercera persona en la línea de sucesión presidencial era la máxima autoridad estadounidense en visitar la isla que China considera parte inalienable de su territorio y cuya unificación quiere conseguir por las buenas o por las malas.
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Pekín respondió a aquella visita con unas maniobras militares con fuego real en aguas del estrecho de Formosa, que en Washington se interpretaron como una suerte de ensayo para una hipotética invasión en el futuro. Y, cuando las tensiones parecían, si no acalladas, al menos adormecidas, el presidente estadounidense, Joe Biden, declaraba en una entrevista al programa 60 Minutes, emitida el domingo pasado, que soldados estadounidenses defenderían a Taiwán en caso de un ataque chino.
No era la primera vez en que Biden se manifestaba en estos términos. Unos términos que se contradicen, al menos en apariencia, con la política oficial que Estados Unidos observa desde hace más de 40 años en la zona. Es la llamada “ambigüedad estratégica”, por la que no confirma si asistiría en defensa a Taiwán en caso de ataque, para no dar alas a posibles tentaciones de Taipéi de declarar una independencia formal; pero tampoco descarta esa ayuda, para disuadir a China de una agresión militar contra la isla de sistema democrático y de gobierno ideológicamente alineado con Washington.
En cada ocasión en que Biden se ha salido del guion oficial, la Casa Blanca se ha apresurado a asegurar que no hay cambios en la ambigüedad estratégica y que la política estadounidense se mantiene invariable: en lo que define como “política de una sola China”, reconoce a Pekín como el Gobierno legítimo de China, pero considera que el estatus de Taiwán está por definir. El domingo sucedió lo mismo: los portavoces salieron de inmediato al paso para sostener que Biden se había limitado a contestar una pregunta hipotética, y no había dado un giro de 180 grados a la postura oficial.
Pese a las matizaciones, en los pasillos de las instituciones de Gobierno de Pekín cunde cada vez más el convencimiento de que, abiertamente o no, Estados Unidos ha roto con su política de ambigüedad. Un factor más que alimenta la desconfianza china hacia Washington.
En un discurso ante la Asia Society, un think tank especializado en estudios asiáticos, en Nueva York, Wang había reiterado las advertencias de Pekín en torno a Taiwán. “La independencia de Taiwán es como un rinoceronte gris, altamente agresivo, que carga contra nosotros y al que se debe parar decisivamente”, señalaba el ministro. “Siempre hemos trabajado con la mayor sinceridad y esfuerzo en busca de una reunificación pacífica, pero nunca toleraremos ninguna actividad encaminada a la secesión”.
Y subrayó, como en ocasiones anteriores, que “la cuestión de Taiwán se está convirtiendo en el gran riesgo en las relaciones chino-estadounidenses. Si se produjeran errores en su manejo, muy probablemente eso destrozaría las relaciones bilaterales”. Comparó también a Taiwán con Hawái, el archipiélago que es uno de los Estados que forman Estados Unidos: “Igual que Estados Unidos no dejaría que Hawái le fuera arrancado, China tiene el derecho de mantener la unificación de su territorio”.
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