La reciente jornada electoral ha dado cierre a la reformación del Poder Judicial, un proceso que fue ampliamente debatido y calificado de artificial desde su aprobación en septiembre del año pasado. Los eventos que llevaron a esta modificación no solo despertaron controversia, sino que también revelaron la fragilidad de las estructuras que sustentan la democracia en el país.
En primer lugar, hay que subrayar que la aprobación de esta reforma no contó con un mandato popular directo. Los ciudadanos no otorgaron a la administración de la 4T la facultad de modificar la Constitución a su antojo. Más bien, el contexto estuvo marcado por la ineficacia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y maniobras políticas dentro del Senado que permitieron consolidar una mayoría calificada necesaria para cualquier cambio constitucional.
El objetivo de esta reforma parece estar movido por intereses personales en lugar de ser un reflejo del deseo ciudadano. La administración actual muestra una clara animadversión hacia una Suprema Corte de Justicia que ha desafiado sus deseos, lo que ha generado un pandemonio en la manera en que se percibe la imparcialidad del Poder Judicial.
Otro punto crucial a considerar es el modo de selección de ministros, magistrados y jueces, que, como se ha advertido en múltiples ocasiones, presenta serios riesgos. La posibilidad de que el crimen organizado influya en el proceso, financiando a candidatos que puedan ser favorables a sus intereses, es una realidad que no se puede pasar por alto. Este riesgo no solo implica una amenaza a la independencia judicial, sino también un elevado costo para la sociedad. El aumento en los pendientes judiciales, que abarcan todo tipo de litigios, retrasará la resolución de asuntos cruciales, afectando así el desarrollo económico del país. Cada día que pasa sin una resolución representa un paso atrás en la prosperidad y estabilidad.
Además, la reciente elección de los nuevos miembros del Poder Judicial ha traído consigo la crítica de que el proceso estuvo manipulado. Se ha argumentado que los llamados “acordeones”, distribuidos de manera estratégica entre los votantes, sirvieron para dirigir la elección hacia resultados predeterminados. Esta forma de inducir votos, aunque no siempre considerada ilegal, está dejando una impresión negativas sobre la transparencia y objetividad del sistema electoral.
La permisividad hacia la utilización de estos “acordeones” sugiere una falta de control por parte de las autoridades electorales, que han sido acusadas de funcionar al servicio del régimen en lugar de proteger la integridad del proceso. Esta situación presenta un escenario sombrío para la democracia: con una interrelación tan estrecha entre los poderes Ejecutivo y Judicial, se cuestiona la independencia que debería existir entre ellos.
La movilización social y la cobertura mediática sobre este fenómeno han resaltado el creciente desinterés ciudadano hacia la elección de jueces. La percepción general es que no se trató de una demanda popular genuina, sino de una maniobra política para consolidar el control sobre un organismo vital como lo es el Poder Judicial. Esto podría tener repercusiones significativas en la estructura democrática del país, ya que permite que la justicia sea objeto de manipulación política.
Es fundamental observar el futuro de la administración de justicia en este contexto cambiante, ya que políticas públicas mal implementadas pueden llevar a una crisis de confianza en las instituciones que son el pilar de la sociedad. La pregunta que queda es si la comunidad podrá sostener la independencia judicial en un ambiente donde las interferencias políticas parecen ser la norma en lugar de la excepción.
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