Una pregunta resuena estos días con estruendo en las principales capitales de América Latina y del mundo: ¿cómo paliar el desaguisado en las cuentas públicas? Con los tipos de interés por los suelos y los mercados de deuda chapoteando aún en liquidez, no ha sido difícil para la mayoría de Gobiernos del bloque financiar el grueso de los planes de contingencia que han evitado que la crisis derivase en una depresión como la de los años treinta del siglo pasado. Pero con lo peor de la pandemia —parece— ya en el retrovisor, la recesión en sus estertores y el mundo avistando la luz al final del túnel, empieza a ser el momento de cuadrar unos números descompuestos por el virus.
La subida de los precios de las materias primas abre una inesperada ventana de optimismo, pero la recuperación económica será una de las más lentas del mundo, a gran distancia del resto de países emergentes. Y el bloque saldrá de la pandemia, además, con más déficit y más deuda pública de lo nunca imaginado: ya ronda el 80%, no tan lejos de los países ricos. Si antes de 2020 ya era importante buscar nuevas fuentes de financiación de los erarios, tras el huracán de la covid-19 es imperativo.
El punto de partida: a la zaga en recaudación
El virus ha terminado de trastocar el siempre difícil equilibrio entre ingresos y gastos públicos en la región, pero los problemas venían de atrás. Especialmente en el primer flanco: la recaudación media no llega aún al 23% del PIB en América Latina y el Caribe, lejos —muy lejos— del 34% del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el club que reúne a las economías avanzadas.
Las sucesivas rondas de subidas de impuestos acometidas la década pasada en varios países latinoamericanos de primera línea, como México o Colombia, han aumentado la recaudación en siete puntos porcentuales la recaudación desde 1990 y han suturado parcialmente esa brecha. Pero aún queda mucho trabajo por hacer para incrementar los ingresos de unos Estados mucho más pequeños de lo que cabría esperar para su nivel de renta per cápita.
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