Las restauradoras Susana Pérez y Alejandra Martos se trasladaron con sus utensilios en febrero de 2020 desde sus tranquilos talleres y se instalaron en la sala 11 de la primera planta del Museo Thyssen. Aupadas sobre una tarima y protegidas por una gran urna de cristal, dieron comienzo a la limpieza y recuperación de una de las joyas de la colección: Joven caballero en un paisaje, de Vittore Carpaccio (hacia 1505). Allí, ante los visitantes, más escasos en un año irregular por la pandemia, las dos expertas emprendieron meticulosos estudios técnicos del estado de la tela (218 x 151,1 centímetros) y procedieron a su tratamiento. El resultado se puede ver desde hoy hasta el 1 de noviembre en una capilla museística montada para la ocasión por el arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade. Después, volverá a su emplazamiento habitual y en noviembre del próximo año realizará su primer viaje desde que llegó al museo. Irá a la Galería Nacional de Washington para participar en la gran retrospectiva que el museo estadounidense dedicará al maestro veneciano.
El producto de todo ese esfuerzo se acompaña de un vídeo en el que se detalla el proceso, llevado a cabo en colaboración con otros especialistas del museo y con expertos de los talleres de restauración del Prado y del Reina Sofía. La proyección permite comprobar al detalle el antes y el después del estado de una pintura cargada de misterios y simbología. Pero puede que lo más reseñable de las microintervenciones que las restauradoras han efectuado sea el descubrimiento de cómo Carpaccio se enfrentó a la obra. La figura del joven protagonista de la escena fue retratado inicialmente mirando de frente al espectador. Después cambió de idea y cargó su mirada de melancolía y tristeza. También reubicó el prolijo entorno de flora y fauna que rodea al soldado.
El padre del barón Thyssen-Bornemisza compró en 1935 la pintura al coleccionista Otto H. Kahn, junto a una obra de Botticelli y otra de Frans Hals. Hasta 1919 la obra había estado erróneamente atribuida a Durero, debido a que en la superficie figuraba el monograma falso del artista alemán y a que los cartelinos incluidos en el cuadro con las dos inscripciones estaban ocultos por repintes. El óleo había sido barnizado y parcialmente restaurado, aunque no sufría desperfectos irreparables.
Entre la multitud de especies vegetales ahora se puede apreciar al detalle cómo los animales están representados con medio cuerpo, algo que antes se atribuía a posibles cortes en la tela. No era así, aunque se ignora por qué Carpaccio tomó esa decisión. Los múltiples planos arquitectónicos que rodean al soldado arrojan ahora alguna información del escenario del retrato, ya que al fondo se ve una ciudad amurallada que asoma al mar y una fortaleza en ruinas invadida por la maleza. El bien y el mal están representados de muchas maneras, pero especialmente en los dos perros que aparecen en el cuadro divididos en el espacio por la espada que está a punto de desenvainar el caballero. El can ubicado a la derecha de la obra representa el poder de los turcos y el de la izquierda sería el universo veneciano.
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