Albert Camus, reconocido escritor y pensador francés, dedicó poco tiempo a hablar sobre la laicidad, ya que consideraba que sus beneficios eran evidentes.
No obstante, en 1945, durante uno de los gobiernos provisionales que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial, el ministro de Educación presentó un proyecto de ley para eliminar las enormes subvenciones que el régimen colaboracionista de Vichy había asignado a las escuelas católicas.
Sin embargo, el proyecto fue retirado casi de inmediato debido a la presión de los demócratas cristianos. En ese momento, Camus, quien escribía sus artículos de opinión en la revista Combat, intervino en el debate para hacer una hermosa defensa de la escuela laica, no solo por haberse educado en ella, sino también por haber llegado a la conclusión, a lo largo de su vida, de que una república funciona mejor cuando el Estado solo enseña “verdades que sean reconocidas por todos”.
Si bien el artículo completo es lúcido y preciso, llama la atención su primera frase: “Resulta muy molesto y un poco ridículo tener que pronunciarse sobre el problema de la laicidad en la actualidad”.
En la Colombia actual, es triste constatar que estamos obligados a hablar sobre el tema de la laicidad todo el tiempo y en todos los tonos. El problema de la laicidad es uno de los muchos lugares de nuestra democracia donde existe una gran distancia entre la teoría y la práctica.
Durante más de un siglo, la Constitución de 1886, que rigió nuestras vidas, fue promulgada “en nombre de Dios, fuente de toda autoridad”, declaró que la religión católica era “la de la Nación” y que merecía la protección de los poderes públicos. Además, dispuso que la educación pública debía organizarse “en concordancia con la religión católica”.
Algunos podrían pensar que esta Constitución reflejaba el pensamiento homogéneo de la época, pero en realidad, también contenía una mentalidad especial que creía que la religión católica era la única forma correcta de vivir y que todo lo demás era pecado. “El liberalismo es pecado”, decía la Iglesia por boca de sus curas. Medio siglo después, el obispo Miguel Ángel Builes dijo famosamente: “Matar liberales no es pecado”.
En Colombia, nos tomó demasiado tiempo, y tuvimos que enfrentarnos a una violencia atroz, en ocasiones disfrazada de política, para cambiar esa manera de entender el mundo. A veces, parece que en este país todo llega tarde, como decía el poeta Julio Flórez, y en ocasiones, ni siquiera llega.
No obstante, la Constitución de 1991 decidió arriesgarse a construir un país donde todos pudiéramos coexistir en armonía y sin tomar partido por unos ciudadanos en desmedro de otros. En un par de artículos sobre la libertad de culto y la igualdad de las religiones ante la ley, pareció sugerir que éramos una república laica. Sin embargo, lo hizo con timidez y
Gracias por leer Columna Digital, puedes seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram o visitar nuestra página oficial.