“No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”, dice el más cínico de los adagios periodísticos. Pues bien, la realidad es que la vieja rivalidad entre Inglaterra y Alemania es, fundamentalmente, un artificio. Tanto en términos históricos como futbolísticos, a pesar de las dos guerras mundiales y de que se han enfrentado numerosas veces en la fase final tanto de la Eurocopa como de la Copa del Mundo.
A ingleses y alemanes les ha unido históricamente desde la lengua (ambas de origen germánico) hasta el comercio ya en tiempos de la Liga Hanseática en la Edad Media, o las guerras napoleónicas (con Prusia aliada de Inglaterra frente a Francia).
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La supuesta rivalidad entre ambos países es un mito nacido al calor de la tendencia de los británicos a presentarse a sí mismos como los salvadores de Europa, olvidando que fueron Estados Unidos y la Unión Soviética, con la ayuda clave del Reino Unido, sí, pero la contribución también de muchos otros, quienes liberaron el continente. Incluso después de la II Guerra Mundial, también durante las peores crisis entre Reino Unido y la Unión Europea, Alemania ha sido siempre puente entre las islas y el continente, nunca barrera. El Brexit no es hijo de un conflicto de británicos y alemanes, sino de los británicos consigo mismo.
Y si el secreto mejor guardado de París es que llueve más que en Londres, el secreto mejor guardado de la monarquía británica es que, en realidad, es alemana. Lo es desde que, en 1714, la reina Ana murió sin sucesor y los británicos, que no podían dejar acceder al trono a un católico acabaron saltándose a medio centenar de parientes católicos de la reina fallecida para ofrecerle el trono a un primo segundo, protestante, por supuesto: Georg Ludwig de Hanover, que se convirtió en Jorge I de Gran Bretaña e Irlanda sin hablar una palabra de inglés.
Cuando la reina Victoria, cuya lengua materna era el alemán, falleció en 1901. El trono británico pasó a su hijo Eduardo VII, miembro de la Casa de Saxe-Coburgo Gotha como hijo que era del príncipe Alberto. El marido de Victoria, que jamás perdió su marcado acento alemán. Fue el hijo de Eduardo VII, George Frederick Ernest Albert, que reinó como Jorge V, quien en 1917, en plena I Guerra Mundial, decidió cambiar el nombre de la dinastía y el germánico Saxe-Coburgo Gotha se convirtió en el muy británico Windsor.