Por Isabel Domínguez
A diario escuchamos, vemos o leemos noticias donde una vez más, una niña o mujer ha sido desaparecida, golpeada, violada, o asesinada de formas tan crueles e inimaginables. Tan frecuente es este suceso, que nos hemos acostumbrado a que los periódicos tengan un espacio diario para los feminicidios, tan frecuente que ya no sorprende a gran parte de la sociedad y que se convierte en una carpeta más de investigación para las autoridades.
En México, asesinan a 10 mujeres al día, una cifra que se mantiene desde hace cuatro años, con pico histórico en la cantidad de feminicidios en el 2021, con 1004 casos, según cifras oficiales recientemente publicadas por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Es por eso, que distintos colectivos feministas levantan la voz y piden al gobierno mexicano que atienda este problema que nos ha rebasado, que nos está acabando y nos ha arrebatado nuestra tranquilidad; y gracias a la voz de estas mujeres es que muchas y muchos tenemos una mayor conciencia de la gravedad de este problema. Sin embargo, lamentablemente, muchos medios de comunicación han aprovechado este movimiento, y los casos de múltiples víctimas para generar contenido y aumentar su rating, tal es el caso de Debanhi Escobar, que no solo expuso la cruda y cruel realidad que vivimos las mujeres día a día en México, sino que mostró un controvertible manejo judicial y mediático del acontecimiento, donde no solo hubo fallas en las investigaciones, sino que diversos medios comenzaron a proliferar teorías sobre la tragedia, alentadas por videos difundidos o filtrados desde la Fiscalía.
Los videos se repitieron una y otra vez en los noticiarios, e incluso, programas de entretenimiento, por lo que el caso dejó de tener la seriedad y respeto que merecía para convertirse en un espectáculo mediático que frivolizaba la noticia.
Asimismo, diversos medios o plataformas de streaming se han adueñado de las historias de las víctimas, bajo el discurso de generar conciencia o visibilizar esta problemática, y producen programas o series televisivas, sin ir tan lejos, la recién estrenada miniserie ‘Caníbal, indignación total’, producida en colaboración de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), la cual cuenta la historia de Andrés Gleydson Mendoza Celis, también conocido como ‘El Caníbal de Atizapán’, donde según Arturo Zaldívar, presidente de la SCJN , “[La miniserie Caníbal, indignación total] busca generar conciencia, busca provocar reflexión, debate, voltear la mirada hacia ese fenómeno…”; sin embargo, la miniserie ha sido señalada, principalmente por colectivos feministas, por ser un espectáculo de feminicidio, al ser centrada en el feminicida y no en la violencia estructural en contra de las mujeres.
Además, también se ha señalado que llamar “monstruos” “psicópatas” o con algún otro sustantivo a los feminicidas solo invisibiliza la violencia que ejercen hacia las mujeres, pues los catalogan como “locos” o “enfermos”, haciéndolos ver como una persona rara o inusual, o algunas veces como “astutos”, pues a Andrés Mendoza también se le conoce como “el mayor feminicida de México”, como si se tratara de un logro, estos nombres solo elogian y ponen en el centro al agresor, incitando a la idealización; y la realidad es que se trata de hombres sanos con una cultura machista y misógina.
Además de que, al ser una producción de la Suprema Corte, el guion muestra que las autoridades sí están trabajando. Y hay que recordar que a Andrés Mendoza nadie lo buscaba, a pesar de los más de 17 feminicidios que ya había cometido, hasta que asesinó a Reina González Amador, esposa de Bruno Ángel Portillo, jefe de la policía municipal en el Estado de México.
Y no, no se trata de ya no escribir notas sobre feminicidios, tampoco de no hacer ningún tipo de contenido en ningún medio de comunicación o plataformas de streaming; se trata de cambiar el enfoque, de darle prioridad a las víctimas, de mostrar la realidad de lo que implica la búsqueda de la verdad, de cambiar el ángulo de las historias, de reflexionar cómo y quién debe contarla las historias ¿feministas, madres, hijas, abuelas de las víctimas?, para entonces empezar a informar con responsabilidad.
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