Francia elegirá este domingo al próximo presidente de la República y, antes de que se sepa el resultado, una cosa es segura: la extrema derecha de Marine Le Pen obtendrá el mejor resultado en la historia. Es más: el voto del no —el no al presidente Emmanuel Macron, claro favorito, y un no más difuso al sistema que se manifiesta en la abstención o el voto por otros candidatos radicales— habrá congregando en la primera y la segunda vuelta a una mayoría de franceses.
Seis años después del Brexit y de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, y cinco después de la primera victoria de Macron ante Le Pen, las urnas han vuelto a poner bajo tensión la estabilidad de un gran país occidental. Los sondeos son unánimes: el centrista Macron saldrá reelegido. Pero la ventaja será inferior a hace cinco años, cuando ganó a Le Pen con un 66% contra un 34% de votos. El descontento no se ha calmado en este tiempo. Aunque todo es más complicado.
“¿Marine Le Pen? ¡No está a altura! ¡No puede dirigir el país”, zanja Jean-Pierre Ledoux, un conductor de autobuses jubilado, mientras arregla el jardín de su casa en Cerny-en-Laonnois, un pueblo de 67 habitantes fundamental, pese a sus dimensiones, en la historia de Francia y Europa. En los alrededores se libró la batalla del Chemins-des-Dames, decisiva en la Primera Guerra Mundial. El 10 de abril, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, candidato de la izquierda populista de Francia Insumisa, sumaron 22 votos: un 58%.
Monsieur Ledoux fue uno de los seis votantes de Macron en Cerny: una nota a pie de página en el departamento rural del Aisne, uno de los cuatro que Le Monde identificaba esta semana como los territorios del no. En estos departamentos, más de siete cada diez electores han votado a Le Pen, a Mélenchon o se han abstenido.
La vecina, puerta con puerta, de Jean-Pierre Ledoux se llama Sophie Gléron y también está jubilada. Se acerca a la valla del jardín cuando ve a los periodistas y hace un gesto con la mano. “¡Hasta la coronilla!”, dice. “¡Hasta la coronilla!”, repite. Y explica que después de trabajar toda la vida de obrera en una fábrica y de cuidadora de ancianos, su pensión no llega a los 1.000 euros y que hay que cambiar las cosas y por eso votará a Le Pen. La mujer habla con nostalgia de unas vacaciones en Salou hace años. Y declara: “Si gana Marine, ¿Qué peligro hay? Hay que probarlo, ¿no?”
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