“Los dólares de los contribuyentes estadounidenses se usarán para comprar productos estadounidenses con el fin de crear empleos estadounidenses. Así es como se supone que debe ser y así será en esta Administración”.
“Nuestras existencias de vacunas (…) se convertirán en el arsenal de vacunas para otros países, del mismo modo que Estados Unidos fue un arsenal de democracia para el mundo, pero cada estadounidense tendrá acceso [a ellas] antes de que eso ocurra”.
“Wall Street no construyó este país, la clase media construyó este país, y los sindicatos construyeron la clase media. Por eso pido al Congreso que apruebe la ley de protección del derecho de organización y podamos apoyar el derecho a sindicalizarse”.
“Y, por cierto, si están pensando en enviarme cosas [leyes] para firmar… Subamos el salario mínimo hasta los 15 dólares [por hora]”.
Ni las dos primeras frases han salido de los labios de Donald Trump ni las dos segundas proceden del senador izquierdista Bernie Sanders, socialista declarado desde los setenta, cuando Estados Unidos asociaba el término al comunismo (algo que, en realidad, aún ocurre en buena parte del país). Se trata de fragmentos del discurso con el que la semana pasada Joe Biden se estrenó ante el Congreso como presidente de Estados Unidos, coincidiendo con unos primeros 100 días de mandato que han dejado pasmado a medio mundo.
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