En Morelos se está dando un paso firme y necesario hacia la construcción de una cultura de respeto y protección para los animales de compañía. Las reformas recientemente aprobadas —que endurecen las penas por maltrato y abandono— no surgen de la nada ni son simples ajustes legales: son la respuesta a un problema creciente que, por años, había sido minimizado por una parte importante de la ciudadanía. Perros y gatos, que deberían ser tratados como compañeros de vida, han sido vistos en demasiadas ocasiones como objetos prescindibles, adornos momentáneos o simples herramientas de vigilancia.
Los avances legislativos en materia de bienestar animal llegan en un contexto donde las denuncias por crueldad han aumentado, no solo por una mayor incidencia, sino por una mayor conciencia social. Cada vez más personas entienden que el maltrato animal no es un asunto menor: refleja la descomposición de valores y vulnera el tejido social. Los animales no pueden defenderse, no pueden pedir ayuda, no pueden votar y no pueden exigir derechos; por eso las instituciones y la ley deben hacerlo por ellos.
Las reformas en Morelos contemplan penas más severas para quienes ejerzan violencia o abandono contra animales de compañía. Antes, para muchos agresores, el castigo era prácticamente inexistente o se resolvía con una multa simbólica. Hoy, el panorama cambia: el maltrato animal puede derivar en sanciones económicas significativas, inhabilitación para tener animales y, en casos graves, hasta en prisión.
Este cambio normativo busca enviar un mensaje contundente: en Morelos, lastimar a un animal no será tolerado. Sin embargo, la ley, por sí sola, no transforma la conducta social. La verdadera raíz del problema radica en la falta de responsabilidad con la que muchas personas asumen el tener una mascota.
Tener una mascota no es comprar un adorno. Es increíble que todavía haya quienes adquieran un perro o un gato únicamente porque está “bonito”, “de moda” o “para que el niño deje de llorar”. Esa visión utilitaria convierte a un ser vivo en un objeto decorativo, y cuando deja de cumplir la expectativa —cuando crece, ladra, muerde muebles, enferma o simplemente deja de ser gracioso— entonces viene el abandono. Un abandono que, aunque algunos quieran disfrazar de “lo regalé a ver quién lo quiere”, en el fondo es una renuncia a las obligaciones básicas de cuidado, alimentación, higiene, protección y afecto.
Adoptar o comprar un animal implica compromisos concretos. Implica destinar recursos económicos, tiempo, espacio y esfuerzo. Significa llevarlo al veterinario, vacunarlo, esterilizarlo, alimentarlo adecuadamente, brindarle un entorno seguro y darle la atención emocional que necesita. Un perro no es un portero gratis ni un sistema de alarma natural que puedes dejar en una azotea. Un gato no es un mueble silencioso ni un juguete autosuficiente. Ambos sienten miedo, dolor, hambre y afecto. Ambos dependen de sus humanos para sobrevivir dignamente.
Por eso, más allá de endurecer penas, es fundamental que como sociedad avancemos hacia una cultura de corresponsabilidad. Las leyes deben acompañar a la educación, y la educación debe reforzar el respeto hacia todo ser vivo. Las nuevas generaciones ya tienen una sensibilidad distinta, pero los adultos debemos ponernos al día: no se puede exigir justicia social si no somos capaces de mostrar empatía hacia quienes están en nuestra total indefensión.
Un punto clave de estas reformas es el fomento a la denuncia ciudadana. Sin denuncia no hay investigación, y sin investigación no hay sanción. Durante años, el maltrato animal se normalizó: el perro amarrado al sol, el gato golpeado, el animal encerrado sin agua, el que vive entre basura… Se veía, se sabía, pero no se decía. Hoy eso tiene que cambiar. La ciudadanía debe entender que denunciar no es meterse en la vida de otros: es defender a un ser vulnerable que está sufriendo.
Hacer una denuncia no requiere heroísmo, solo voluntad. Puede ser anónima y se puede hacer a través de la autoridad municipal, estatal o de asociaciones civiles que canalizan la información. Cada reporte cuenta. Cada video, cada fotografía, cada testimonio puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de un animal.
Morelos está avanzando, pero la ley necesita de nosotros para funcionar. Como ciudadanos, como vecinos y como seres humanos, tenemos la obligación moral de no ser indiferentes.
Hoy las reformas nos dan herramientas legales. Ahora nos toca poner la conciencia.
Cuidar, respetar y denunciar. Esa es la nueva ruta hacia una verdadera justicia cotidiana para nuestros animales de compañía, pues la justicia no solo es teoría, es vida cotidiana.
Independientemente del tema de esta columna, quiero aprovechar este espacio para enviar una enorme felicitación a mi primo Alejandro de la Luz Cortés y a su esposa por la llegada de su hija. Que esta nueva bendición llene su hogar de amor, alegría y luz. ¡Bienvenida al mundo, pequeña!




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