En Pekín, el lunes, el Comité Olímpico Internacional (COI) publica una nota de prensa. Se habla de muchas mujeres en el tercer día de los Juegos Olímpicos de Invierno. De algunas, como de la reina de las nieves, la norteamericana Mikaela Shiffrin, se habla con pena, porque la esquiadora se cayó en la primera manga del gigante y se desvanecieron las aspiraciones de la norteamericana.
Y se habla también, y más que de ninguna, de Kamila Valieva, una rusa, tátara de Kazan, de 15 años, que guía la revolución rusa del patinaje artístico femenino y todo su ejército de replicantes mejoradas. Y en Pekín se agotan las biografías de Sonja Henie, la leyenda noruega, luminosa y oscura, que simbolizó el patinaje artístico en los años 30 con tres medallas de oro consecutivas, la primera en Saint Moritz 28, a los 15 años de Valieva.
Henie, hija de un negociante de pieles propietario del primer automóvil que circuló en Oslo, acabó abrazando el nazismo y estrella de Hollywood, y Valieva, que lideró a Rusia a su victoria sobre Estados Unidos en la competición de patinaje por equipos, su primer oro, ha comenzado haciendo cosas que ninguna otra mujer había hecho antes en un anillo de hielo olímpico, como intentar tres saltos cuádruples (y clavar dos, un salchow, el que se salta desde el filo de los patines, y un toe, que se salta de puntas, enlazado con un triple), además de varios triples axel (el salto que se inicia de frente con media vuelta más).
Y lo hace con tal graciosa ingravidez, y no es falsa, que sin el menor esfuerzo aparente, sin ninguna brusquedad gestual, se levanta y flota y gira y parece que nunca caerá, y cuando cae se deposita suave, como un pétalo de flor, sin ruido, y disimula la violencia de un choque en el que la fuerza de gravedad multiplica por seis o siete sus escasos 40 kilos de peso.
Valieva, recién campeona de Europa en un torneo en el que logró la puntuación máxima jamás alcanzada, no es la única del equipo ruso femenino que multiplica los cuádruples saltos, aunque ha sido la primera que ha tenido la oportunidad de hacerlos olímpicos y es la mejor técnicamente, por lo que en el programa corto del concurso individual ya saldrá con ventaja suficiente para imponerse a sus rivales-compañeras.
Y todas ellas están entrenadas en la escuela Sambo 70 Moscú por la mejor entrenadora del mundo, o eso se canta en los ambientes del patinaje, por la georgiana-rusa-armenia Eteri Tutberidze, que se formó también en San Antonio (Texas) y mantienen entre sus pupilas, incluida su hija, la especialista en danza Diana Davis, tal nivel de competitividad que a las que el cuerpo, sometido a entrenamientos técnicos y saltos durísimos desde los 12 años, no les dice basta, se lo dice el alma, como cuenta una de sus últimas campeonas, Evguenia Medvedeva, campeona mundial en 2016, a los 15 años, y 2017, y subcampeona olímpica en Pyeongchang 18, que se retiró antes de cumplir los 20.
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