A un lado está el descuidado cementerio musulmán, donde la concejala Maha Maqib, de 50 años, observaba este viernes con pesar las lápidas quebradas por vándalos, la noche anterior. Monta guardia junto a un puñado de activistas de la comunidad árabe. Al otro extremo de la calle Shokolov, donde aún queda rastro de los coches calcinados en precedentes jornadas de violencia sectaria, la profesora de física Ayelet Wadler, de 44 años, pastorea a un centenar de jóvenes ultranacionalistas judíos. Han llegado de los asentamientos de colonos de Benjamín, en Cisjordania, ondeando banderas de la estrella de David dispuestos a mantener la posición.
“Mi familia lleva aquí hace más de 400 años. No podrán echarnos. Vamos a resistir”, sostiene con determinación Maqib, que se cubre con un simbólico velo de respeto al camposanto pese a su militancia comunista. “Llegué hace 15 años a esta ciudad, y nunca había tenido problemas con los árabes, pero ahora tenemos que protegernos”, explica Wadler, que el miércoles colaboró en el rescate de los rollos de la Torá, las sagradas escrituras hebreas, de una sinagoga que había sido incendiada la víspera por extremistas. Ambas son ciudadanas de Israel y viven en Lod, un suburbio metropolitano 15 kilómetros al sureste de Tel Aviv.
Lod es un lóbrego lugar del que nadie querría acordarse si no fuera por el cercano aeropuerto internacional, al que durante muchos años dio nombre antes de que fuera bautizado en memoria de David Ben Gurion, padre fundador del Estado de Israel en 1948. En aquel entonces era una ciudad árabe en una fértil llanura de naranjos. La población original fue expulsada por la guerra tras la partición de la Palestina bajo mandato británico. Hoy cuenta con unos 80.000 habitantes, de los que el 80% son judíos. Es una de las llamadas ciudades mixtas israelíes en las que la inestable coexistencia entre ambas comunidades semitas ha saltado por los aires esta semana en el estallido de violencia sectaria más grave de las últimas décadas.
El Gobierno israelí ha ordenado la movilización de unidades de reserva de la policía de fronteras (cuerpo militarizado) tras la oleada de ataques con cuchillos, tiros al aire e intentos de linchamiento que se han saldado con decenas de heridos y más de 400 detenidos. En Lod no se ve a ningún agente patrullando. Un pelotón policial custodia el colegio donde van a pasar la noche decenas de colonos nacionalistas judíos. Otro destacamento monta guardia ante la sede del Ayuntamiento, cuyo alcalde, el derechista Yair Revivo, ha reconocido que las autoridades locales han perdido el control de la situación. Desde el martes rige el estado de emergencia y un toque de queda nocturno.
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Bat Yam, al sur de Tel Aviv; en Acre, al norte del país, como Um el Fahm y Tamra. O las emblemáticas Nazaret, en Galilea, o Jaffa, en la costa. A todas las ciudades mixtas, incluida Jerusalén, se ha extendido el odio sectario como un veneno sin antídoto. También a Haifa, la tolerante y multicultural urbe portuaria del norte. Tres hermanas de 23, 20 y 16 años fueron apedreadas y apaleadas el miércoles por la tarde el garaje de su casa por tres decenas de jóvenes judíos. Eran las hijas de Wadi Abunasser, cónsul honorario de España en Haifa, un israelí árabe cristiano. “La policía acudió a protegernos ya de madrugada, después de haber ignorado todas mis peticiones”, se indigna Abunasser. “Como si no me consideraran un ciudadano normal de Israel”. Su voz sonaba a profunda decepción al otro lado del teléfono.
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