En la actualidad, la guerra en Ucrania es uno de los principales ejemplos de la nueva guerra fría, pero ha desplazado la atención de la situación de más de 60 países que se encuentran en fragilidad institucional y donde viven 1.900 millones de personas, el 73% de las cuales están afectadas por la pobreza extrema. Las consecuencias indirectas de esta guerra tienen un profundo impacto en estos países, como la escasez y aumento de precios de alimentos y fertilizantes, la inflación y la inestabilidad financiera.
En contraste con la primera Guerra Fría, la cual se libró principalmente en los frentes político, económico y de propaganda, con la amenaza de utilizar armas nucleares, los conflictos violentos y las guerras actuales tienen características diferentes. Los conflictos se han desplazado a países periféricos o del Tercer Mundo, y las intervenciones del Norte en el Sur son más selectivas. Se libran en Estados frágiles donde hay actores armados no estatales y economías ilícitas, y se caracterizan por la falta de control estatal en parte del territorio y la fragmentación conflictiva de identidades.
En la nueva guerra fría, Moscú, Washington y Pekín buscan ganar aliados políticos y contar con recursos, mercados y limitar la influencia de sus adversarios en África, Asia, Oriente Medio y América Latina. Sin embargo, algo fundamental ha cambiado: la política de tratar de controlar todo el sistema internacional ha sido sustituida por una de tipo selectivo. Los Estados con más poder ya no tienen intereses políticos o ideológicos, y las empresas transnacionales trabajan con y en países que les resultan de interés económico, como mercados, áreas de producción y acceso a recursos naturales claves para la producción de bienes.
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