Ernesto Schiaparelli, el director del Museo Egipcio de Turín, arrancó su jornada el 15 de febrero de 1906 en la necrópolis de Deir El Medina, en la orilla occidental del Nilo, justo al otro lado de la actual ciudad de Luxor. Entonces poco podrían imaginarse la magnitud del tesoro que estaban a punto de desenterrar. En las entrañas de este yacimiento destinado a ofrecer sepultura a los trabajadores del cercano Valle de los Reyes, uno de los más famosos cementerios del Antiguo Egipto, permanecía escondida la tumba de Kha y Merit, un matrimonio noble que vivió durante la segunda mitad de la XVIII dinastía, alrededor del 1450 y el 1400 antes de la Era Común. Y ese rico yacimiento puede ahora revelar uno de los secretos mejor guardados del Antiguo Egipto: a qué huele una tumba.
La cámara funeraria de Kha y Merit se hubiera convertido en una más de tantas si no hubiera sido porque un desprendimiento de tierra ocurrido en la antigüedad la había dejado del todo sellada, bloqueando el acceso a futuros saqueadores y resguardándola intacta durante casi 3.500 años, hasta la llegada del equipo de Schiaparelli. En su interior, la estancia se encontraba rebosante de objetos: más de 440 entre muebles de cerámica, herramientas, cuencos de metal, tejidos y jarras de alabastro. Todavía hoy, aquel hallazgo sigue representando uno de los conjuntos funerarios no reales más abundante y completo jamás desenterrado en Egipto.
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Ahora, un equipo de químicos y arqueólogos ha podido analizar casi 50 vasijas de la tumba de Kha y Merit para identificar su contenido. Y lo ha hecho con un método aún peculiar: a través del olor. Los investigadores, que realizaron su estudio en 2019 y han publicado hace unas semanas los resultados, han examinado con un espectrómetro de masas los compuestos volátiles –es decir, los olores– emitidos por los materiales orgánicos de los recipientes elegidos. Y ello les ha permitido averiguar su naturaleza química y deducir su origen.
“La identificación de los materiales de los conjuntos funerarios ofrece una posibilidad única de complementar, confirmar y ampliar la investigación arqueológica sobre rituales antiguos y sobre el uso y la finalidad de las vasijas y jarras arqueológicas”, apunta Jacopo La Nasa, profesor de la Universidad de Pisa y uno de los líderes de la investigación.
Para el estudio se seleccionaron en concreto 46 objetos de la tumba de Kha y Merit, entre los que figuran frascos de peregrino, ánforas selladas con tela de lino, cuencos con frutos secos y semillas, vasos con restos de alimentos podridos, botellas con contenido granular blanco y jarras de alabastro, algunas cerradas con tapa. Luego, el equipo de La Nasa aisló los artefactos elegidos en bolsas inertes cerradas herméticamente una semana antes de cada campaña de análisis con el objetivo de contener las moléculas volátiles que liberan. Y a continuación, introdujeron la aguja de un espectrómetro de masas en el interior de cada bolsa para analizar los olores emitidos. Todo ello, sin siquiera salir del museo en Turín.
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En total, el equipo pudo ofrecer un resultado sólido para dos tercios de los objetos analizados. Por ejemplo, las moléculas de algunas ánforas y vasos analizados presentaron características propias de pescado seco, en algún caso junto con la presencia de una resina aromática vegetal, un resultado coherente con la importancia de este alimento en la dieta de los antiguos egipcios y su simbología asociada al renacimiento, explican en el estudio.
Asimismo, algunas tazas y cuencos presentaban perfiles que se corresponden con frutas y plantas, lo que explica el aroma afrutado del interior de sus vitrinas en el museo, aunque sus marcadores no eran suficientemente específicos como para determinar qué frutas en concreto contenían. En un ánfora se pudieron identificar también elementos propios de la harina de cebada, que se usaba comúnmente en el Antiguo Egipto para elaborar cerveza, otra de las bases de su dieta. Y en otros recipientes se detectaron elementos propios de aceites, grasas vegetales y cera de abeja, todos ellos frecuentes en la época.
“Aunque éramos conscientes de las potencialidades del enfoque analítico, el análisis nos permitió detectar algunas especies químicas que no esperábamos, como las que se pueden correlacionar con la degradación de la cebada o el pescado”, desliza La Nasa, que observa que no siempre es fácil determinar el producto original. “El principal reto es que el olor que emiten los materiales arqueológicos envejecidos es diferente del de las sustancias nativas. Se necesitan materiales de referencia envejecidos y estudios de degradación para abordar el análisis químico de los residuos de materiales orgánicos antiguos”, explica.
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Con el tiempo, esta nueva información también puede contribuir a convertir los museos en espacios más completos. “Hasta ahora estamos acostumbrados a relacionarnos con el patrimonio primordialmente con el sentido de la vista, con los ojos, y entonces abrir esta dimensión multisensorial, olfativa, hace la experiencia de visitar un museo más similar a cómo experimentamos el mundo, que es con cinco sentidos”, apunta Bembibre.
Para lograrlo, La Nasa apunta que estudios como el elaborado con el conjunto funerario de Kha y Merit son clave. “El olor moderno de la colección no da la idea adecuada de la magnificencia del olor original de la tumba, ya que la mayoría de las moléculas que pueden utilizarse para la caracterización del material no son comparables”, señala. “Así que la información obtenida en este estudio puede ser muy útil para recrear la atmósfera de la tumba antigua. La narración de los objetos expuestos se enriquecerá”.
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