En diciembre de 1945, durante su discurso de aceptación del Premio Nobel por el descubrimiento de la penicilina, el doctor Alexander Fleming advirtió de que las bacterias podían volverse resistentes al medicamento si se las exponía a cantidades no letales. “No es difícil hacer a los microbios resistentes a la penicilina en el laboratorio exponiéndolos a concentraciones insuficientes para matarlos, y lo mismo ha ocurrido en alguna ocasión en el cuerpo”, explicaba el científico.
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Su advertencia resultó premonitoria. Hoy en día muchas bacterias son resistentes a múltiples antibióticos, y en consecuencia difíciles de tratar en los enfermos. Esto ocurre porque, cuando se utilizan antibióticos, las bacterias generan maneras de eliminar, sabotear o sortear los efectos del medicamento.
Las consecuencias para la salud humana son graves. Se calcula que cada año mueren 700.000 personas víctimas de microorganismos resistentes a los antibióticos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) predice que, si nada cambia, de aquí a 2050 la cifra alcanzará los 10 millones de muertes anuales.
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Para empeorar las cosas, no estamos desarrollando nuevos antibióticos con la suficiente rapidez. Según una reciente revisión de la OMS, de los 43 antibióticos en desarrollo, ninguno es un fármaco novedoso que ataque adecuadamente a un grupo prioritario de bacterias resistentes. De hecho, desde la década de 1980 no se ha comercializado ningún nuevo tipo de antibiótico que haga frente a las bacterias más problemáticas, comprendidas en su mayoría en un grupo que los microbiólogos denominan gramnegativo.
“Los frutos más al alcance de la mano ya se han recogido. Ahora es más complicado y difícil descubrir nuevos antibióticos”, declara Guy-Charles Fanneau de la Horie, consejero delegado de Pherecydes Pharma, una empresa de biotecnología de Francia.
Una alternativa a la búsqueda de nuevos fármacos es utilizar unos virus con forma de nave espacial llamados bacteriófagos (o fagos) que se alimentan de bacterias. Cuando los fagos entran en contacto con las bacterias, les inyectan ADN y se replican dentro de ellas. Pronto, las acumulaciones de virus estallan para infectar a más bacterias.