Si usted paseó por las calles del centro de Madrid el pasado invierno, seguramente se tropezó con alguna. Era inevitable. Estaban por todas partes, y las había de todos los colores y temáticas imaginables, incómodas para el grueso de los peatones y casi para cualquiera con dos ojos en la cara. La traca final llegó en Navidad, cuando el consistorio madrileño instaló en la Plaza de Colón una gigante, de 10 metros de altura, flanqueada por una rojigualda luminosa y otras manifestaciones artísticas que han transformado la plaza en un sainete urbano demencial (los fenómenos que tienen lugar en este punto concreto de la capital son dignos de estudio). Hablo de las meninas, esas figuras que, por temporadas, actúan como símbolos culturales de la ciudad y cuya impronta perdura, porque se han convertido en un género en sí mismo. Uno que representa cómo no recurrir al patrimonio artístico.
Sin embargo, aunque las intenciones sean buenas, el fin no siempre justifica los medios. Tomar una de las pinturas más importantes del Siglo de Oro español, con miles de significados ocultos y una dimensión simbólica infinita, y simplificarla hasta la reproducción en serie de decenas de figuras moldeadas en fibra de vidrio, es una maniobra de dudosa enjundia artística. Al menos así lo denuncia la autoproclamada Plataforma Anti-Meninas, cuya cuenta de Instagram @stop_meninas constituye un elocuente (y desternillante) respaldo de su argumentario abolicionista.
“Madrid se convierte con las meninas una vez más en el museo al aire libre más grande del mundo”, proclama en su web Meninas Madrid Gallery, la iniciativa creada por Antonio Azzato que las trajo a las calles. En 2020, celebró su tercera edición y encargó a creadores como Agatha Ruíz de la Prada, Keka Martínez o Paloma Freestyle la reelaboración de la mítica figura del cuadro de Velázquez en un ambiente marcado por los estragos de la pandemia. “En esta época tan dura que nos ha tocado vivir, nos unimos en solidaridad y con la idea de volver a traer la alegría y confianza a las calles madrileñas a través del arte”, añadía.
La cuestión de “acercar el arte a la calle” debería plantear actuaciones mucho más complejas (y menos literales) que desperdigar por Madrid una especie de ninots ataviados con vestidos con guardainfante y peinados cortesanos para “reivindicar la libertad”, porque “todos necesitamos ser libres y necesitamos retomar de nuevo nuestra normalidad”, como se anuncia en la web del evento.