La lluvia empapa la herida del derrumbe de la línea 12 del metro. Cae sobre los escombros de los dos vagones partidos como un juguete roto contra el piso. Cinco días después de la tragedia que se cobró la vida de 26 pasajeros y dejó casi 80 heridos, una lluvia cotidiana e indiferente se cuela en los patios de las casas humildes del sur y sureste de la ciudad, en los salones convertidos en velatorios oscuros donde nadie entiende todavía qué pasó y a unos metros del socavón, en la frialdad del enorme cementerio de Tezonco sin mariachis ni comida —y solo 10 personas por la pandemia—, donde el dolor se ha quedado instalado para siempre. Sobre él crece estos días además la rabia. ¿Cómo es posible que a una persona que volvía de trabajar le sucediera algo así?
Se han quedado solos. El cruce político de reproches ha acaparado todas las miradas. Y el colapso del metro ha hecho saltar por los aires una campaña electoral que aprieta más que nunca al imbatible partido de López Obrador, Morena, representado en la ciudad por Claudia Sheinbaum. Pero al hermano de Immer del Águila no le cambiará la vida si el responsable fue Miguel Ángel Mancera (PRD) o Marcelo Ebrard (secretario de Exteriores) o Sheinbaum, porque los cimientos de la casa que estaba construyendo Immer para su familia siguen ahí, recordándoles que nadie la va a continuar; a la mejor amiga de Christian López, lo único que le preocupa es qué harán ahora su esposa y sus hijas pequeñas para sobrevivir en este infierno. Y en las puertas de los sepelios se reúnen parejas de abogados siniestros que buscan cómo sacar tajada para ellos, y para los familiares, de un caso a todas luces ganador. “Nadie se cree que no hubiera corrupción o negligencias”, repite uno de ellos a los padres deshechos de Immer. Ante la falta de empatía política, explican, probablemente lo único que les queda será conseguir una buena indemnización.

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