La iniciativa franco-alemana para que la Unión Europea retome el diálogo al más alto nivel con el presidente ruso, Vladímir Putin. Ha cosechado este jueves la inquietud manifiesta y la precavida desconfianza de los socios comunitarios más próximos geográficamente al gigante vecino. Los socios del este recuerdan que el diálogo se rompió después de que Rusia se apoderase del territorio ucraniano de Crimea. Y temen que cualquier gesto de distensión refuerce a Putin y le envalentone para cometer nuevas agresiones.
La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, consideran, sin embargo, imprescindible retomar el contacto con el presidente ruso. Máxime tras el encuentro de Putin con el presidente de EE UU, Joe Biden. Berlín y París esperan que la cumbre europea que se celebra este jueves y viernes marque un punto de inflexión hacia el deshielo de las relaciones con Moscú.
El borrador de las conclusiones de la cumbre, que requieren el visto bueno de los 27 socios de la Unión, defiende la necesidad de “revisar los formatos de diálogo existentes con Moscú, incluidos los que se dan en el ámbito de los líderes”. En alusión a las cumbres UE-Rusia suspendidas desde hace siete años. Numerosos socios, entre ellos España, apoyan esa apertura de contactos con el Kremlin. Que iría acompañada con una actitud inflexible en la defensa de los valores y libertades fundamentales y en la adopción de represalias en caso de violación.
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Como símbolo de ese doble planteamiento. La UE ha aprobado este jueves las primeras sanciones económicas contra Bielorrusia en un intento de asfixiar al régimen de Aleksandr Lukashenko. Estrecho aliado de Putin, del que depende en gran parte su supervivencia política. El castigo, que llega tras el aterrizaje forzado de un vuelo comercial europeo para detener a un opositor bielorruso. Prohíbe o restringe las escasas exportaciones bielorrusas. En particular en el sector energético y en fertilizantes (potasio), y corta en gran parte los lazos financieros con la UE.
La mayoría de socios comunitarios de Europa central y del este han celebrado la mano dura con Lukashenko. Pero consideran muy peligroso cualquier gesto de acercamiento hacia Moscú que no vaya precedido por un cambio de actitud en el Kremlin. Otros, como el Gobierno holandés de Mark Rutte, no olvidan el derribo de un avión comercial en el espacio aéreo de Ucrania, atribuido a fuerzas prorrusas, en el que murieron 298 personas, la mayoría de ciudadanía holandesa.
“Es como si nos abrazáramos a un oso para proteger un bote de miel”,
Ha ilustrado su reticencia el presidente de Lituania, Gitanas Nauséda. El primer ministro letón, Krisjanis Karins, cree que “el Kremlin entiende el poder político, pero no entiende las concesiones gratuitas como una señal de fortaleza”. Los vecinos europeos de Rusia consideran que la reanudación del diálogo con Putin al máximo nivel debe estar supeditada a que Rusia muestre su voluntad de iniciar una desescalada tras años de tensión marcados por agresiones territoriales. Injerencias en asuntos internos de países europeos, ciberataques contra organismos públicos e, incluso, ataques con armas químicas en territorio comunitario. Esos países consideran imprescindible, como mínimo, resolver el asunto de Crimea y poner fin al conflicto armado que late en el este de Ucrania.
Francia y Alemania, en cambio, consideran que la normalización de relaciones no llegará si no se recuperan los contactos. “El diálogo [con Rusia] es necesario para la estabilidad del continente”, ha asegurado Macron este jueves a su llegada a Bruselas para asistir a la primera jornada de la cumbre europea. El presidente francés cree que “no podemos seguir con una lógica reactiva caso por caso mientras asistimos diálogo legítimo entre el presidente Biden y el presidente Putin”.
Merkel
También ha aludido a la cumbre de EE UU y Rusia del 16 de junio para justificar que “buscaremos una conversación abierta con Rusia” porque “el diálogo es la mejor forma de resolver los conflictos”. Ni Merkel ni Macron han roto nunca del todo con Moscú y Berlín y París han mantenido abiertos los canales de comunicación. Alemania incluso ha seguido adelante con la construcción de un segundo gasoducto a través del Báltico (Nord Stream 2) para importar con mayor facilidad gas ruso a pesar de que tanto Bruselas como Washington consideran que esa infraestructura agravará la dependencia energética de Europa.
Pero Francia y Alemania ya no se conforman con su limitada relación bilateral con Moscú y quieren revitalizar también el diálogo entre la UE y Rusia para volver a una situación lo más similar posible a la que existía antes de la crisis de Crimea. Hasta entonces, la UE y Rusia habían celebrado 32 cumbres bilaterales, iniciadas en 1997 tras la firma del acuerdo de asociación y cooperación como marco para estrechar las relaciones.
La última cita tuvo lugar en Bruselas
En enero de 2014, cuando la tensión ya era evidente por el rechazo de Moscú a la estrategia europea de acercamiento a Ucrania y al resto de países de la órbita rusa. Bruselas ofrecía a esos países un futuro prometedor blandiendo el éxito económico de la ampliación de la UE.
El entonces presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, repetía un ejemplo que regalaba los oídos ucranianos y hacía chirriar los de Moscú. “En 1990, Polonia y Ucrania tenían el mismo nivel de prosperidad. Hoy, [tras 10 años en la UE] la riqueza de Polonia triplica la de Ucrania”, subrayaba Van Rompuy. Las revueltas proeuropeas, con la plaza Maidan de Minsk como símbolo, derrocaron al Gobierno de Viktor Yanukovich, que tuvo que buscar la protección de Moscú.
El giro prooccidental de Ucrania parecía imparable, pero a principios de marzo, apenas mes y medio después de la última cumbre con la UE. El Parlamento ruso autorizaba a Putin a usar la fuerza militar para proteger los intereses rusos en Ucrania. La anexión de Crimea y la desestabilización de Ucrania, que ha puesto al país al borde de la escisión, se consumaba en cuestión de días. La Rusia de Putin fue excluida del G-8, las cumbres con la UE suspendidas y la relación de Moscú con Occidente cayó hasta el punto más bajo desde el final de la Guerra Fría y la desaparición de la URSS.