Parapetados tras una densa bruma de estigma y confusión, los trastornos de la conducta alimentaria proliferan en la calle a paso de gigante.
Los tipos más frecuentes de trastorno de la conducta alimentaria son los problemas mas comunes en nuestra sociedad. Dejar de comer, comer y vomitar, o los atracones compulsivos, son solo el comienzo punta del iceberg.
Detrás de un trastorno de la conducta alimentaria se esconde todo eso. Y más. No hay dos casos iguales. Por expreso deseo de las pacientes, en este reportaje no habrá cifras de tallas ni pesos: la enfermedad, insisten, no es eso; o no solo.
La prevalencia de la anorexia, la bulimia y los trastornos ronda el 4% de la población (la mayoría, mujeres) de entre 12 y 21 años, pero estas enfermedades tan complejas se arrastran, en muchas ocasiones, hasta la edad adulta. No solo afecta a niñas ni se curan solas con el paso de los años; tampoco es imprescindible tener una extrema delgadez para sufrir un TCA ni todos los enfermos encajan en un patrón determinado. La escala de grises es más amplia que los estereotipos incrustados en el imaginario colectivo, lamentan las pacientes, y no se puede banalizar ninguna alerta.
Riesgo de muerte
Todas sus pacientes son conscientes de la enfermedad, asegura el psiquiatra del Sant Pau, pero son incapaces de interrumpir estas conductas. “Lo que se están haciendo es casi una forma de suicidarse lentamente: si tú dejas de comer, al final tu cuerpo va empeorando”, advierte el médico. La anorexia es el único problema de salud mental cuyos síntomas pueden conducir a la muerte, apunta: “Puede haber casos de suicidio, pero también, esa delgadez extrema, después de unos años de mantenerse, puede producir el fallecimiento de la persona porque haga una hipoglucemia extrema o una complicación cardiaca”. Entre el 2% y el 3% de las pacientes con anorexia nerviosa, calcula el médico, fallecen.
En corrillo, sentadas en mesas de a dos, ellas, las pacientes, ponen cara a la enfermedad: a la anorexia, la bulimia, los atracones o todo a la vez. No hay compartimentos estancos, insiste Marta, de 22 años: “Hay muchos tipos de TCA. De hecho, el más típico es el no especificado, que es todo lo que no entra dentro de los criterios del manual de psiquiatría. Se visibiliza mucho la gente que está en infrapeso y nos olvidamos de que una persona que ha bajado desde los 100 a los 60, está en un peso saludable, pero a lo mejor no está saludable”, protesta. Ella empezó a los 11, “pero como no estaba en infrapeso”, pensaba que “no pasaba nada”, relata. “Hasta que me pasó lo típico: bajada de peso, la gente se alarma… y yo pensaba: llevo seis años mal y nadie me ha dicho nada y ahora que estoy en infrapeso, ¿es cuando la gente se preocupa? Me da mucha rabia”.
Estas adolencias son multifactoriales, diferentes circunstancias que confluyen a la vez. Ser mujer, adolescentes, tener baja autoestima o recibir críticas en relación al peso son factores de riesgo, valora Sara Bujalance, directora de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB). Un desencadenante claro, agrega, es “empezar una dieta para bajar peso sin control profesional”, sobre todo, si eres adolescente. También pasar por un sufrimiento importante, como una pérdida, o haber experimentado críticas y humillaciones en entornos sociales o familiares. Todo suma.
La pandemia, de hecho, fue “la tormenta perfecta”, apunta Bujalance, porque conjugó las factores de riesgo (como la incertidumbre o situaciones de pérdida) con la falta de factores protectores (ocio al aire libre, contactos sociales de calidad, parón de proyectos personales…). Dolores Picouto, psiquiatra de la unidad de TCA del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, ve los casos más graves en niños y adolescentes, los que requieren ingreso: “Es muy llamativo. Tras la pandemia se ha duplicado la demanda. Hay más casos y nuestra impresión es que son más graves y más jóvenes, con más incidencia al principio de la adolescencia. Llegan en una situación con peso más bajo y con otros problemas de salud mental, como ansiedad, depresión e ideación suicida”. La crisis sanitaria agudizó el aislamiento, la pérdida de relaciones sociales y rutinas sanas de vida y propició un mayor contacto con el mundo a través de las redes sociales, “que presentan unos ideales inalcanzables que generan frustración”, agrega Picouto.
La nota precedente contiene información del siguiente origen y de nuestra área de redacción.