Por Lya Gutiérrez Quintanilla.
Con un título, la verdad tan poco atractivo para quien ignora las razones de ese nombre, el magnífico Códice de la Cruz Badiano, mandado a hacer por Francisco Mendoza, muy digno hijo del primer Virrey de la Nueva España, el culto Antonio de Mendoza, junto con los escritos de fray Bernardino de Sahagún, salvó del olvido tan magnífico conocimiento de la medicina azteca. Y entro ya al grano.
Fíjense, queridos lectores, que examinando cuidadosamente las explicaciones que presenta la edición que me fue encomendada por un tiempo, lo agradezco desde el fondo de mi corazón, leo que el original está fechado en 1552, según la traducción latina de Juan Badiano. En la magnífica edición mexicana, tanto, que el editor Roberto Arias al que acudí en busca de orientación acerca de este documento, me dijo: “Es una joya, Lya, está tan magníficamente tratado que esta edición que a su vez es un faccímil del original”. Fue hecha por el IMSS, escrupulosa y cuidadosamente en 1964 cuando lo dirigía queridos amigos, don Benito Coquet, culto abogado veracruzano, embajador de México en Cuba, subsecretario y secretario de la entonces presidencia de la república con Adolfo López Mateos, pero sobre todo gran estudioso él mismo de la historia de México desde sus orígenes, tanto, que cuando fue nombrado titular del IMSS él llevaba 20 años queriendo que fuera esta institución médica quien lograra un digno trabajo editorial del mismo. Y lo logró a través de la biblioteca vaticana, al obtener el permiso para con editores de Roma lograr una edición magnífica solo del facsímil de este códice antiguo, ya en la edición mexicana cuenta con el siguiente contenido: Prefacio por el director de esta edición el destacado científico y humanista Efrén C. del Pozo; la Introducción del nahuatlato Ángel María Garibay; el Facsímil (reproducción exacta de un manuscrito); estudios y comentarios y enseguida los capítulos que describen el Códice por Alexandre A.M. Stols; las miniaturas que ilustran el códice por el historiador, filosofo, académico y escritor Justino Fernández; los comentarios botánicos por el doctor botánico y ecólogo tropical de origen españos Faustino Miranda y Javier Valdés Gutiérrez, ambos miembros destacados de la tradición herbaria; la Zoología del Códice; los minerales, rocas, suelos y fósiles del manuscrito; los estudio histórico; el médico y documental del manuscrito; y la odontología en el Códice por el inmigrante austriaco en México Dr. Samuel Fastlicht, máxima autoridad mundial en odontología prehispánica.
Con esto, les doy una probadita de la calidad de la obra que temporalmente tengo bajo mi resguardo. En ella se enaltece el valor documental de este médico azteca del siglo XVI y que se encontró durante varios siglos en la biblioteca apostólica vaticana, ya devuelta a México. Hay que destacar que esta edición mexicana se logró gracias al adelanto de la fotografía en colores y el progreso de las artes gráficas lo que permitió reproducir fielmente la brillantez y los colores de las maravillosas miniaturas. Esta obra editorial mexicana tiene la sabiduría pragmática del empirismo que contrasta con los dogmas médicos europeos del siglo XVI, sin que dejen de mezclarse prácticas extrañas a la razón, lo que la hace más valiosa.
Su interés supera al de un simple documento histórico y desborda también el campo de la sabiduría popular; su estudio cuidadoso revela recursos que aún merecen análisis y, para el médico mexicano, enseña el origen de muchos conceptos y medidas que todavía se encuentran en la medicina popular. Y leo del prólogo de Del Pozo, que el libro de Martín de la Cruz representa la raíz autóctona prehispánica descrita directamente por un médico azteca. Los testimonios de investigadores posteriores, particularmente de fray Bernardino de Sahagún con los textos de sus informantes, los primeros libros de medicina publicados en la Nueva España.
El doctor Félix Zubillaga, desde la Universidad Gregoriana en Roma, tuvo a su cargo la difícil e ingrata labor de corregir los trabajos presentados para la edición mexicana, trabajo en el que colaboró en México Marti Soler. Ambos con excepcional cariño dejaron constancia de su elevado juicio sobre el latín de Juan Badiano que sin ser clásico, es castizo y aún purista, y la frase ordinariamente bien cortada. El original donado en 1990 por Juan Pablo II, se encuentra en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia y de verdad, amigos, es una belleza digno de admirarse. Y hasta el próximo lunes.
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