Son prácticamente piezas de arte y por eso se venden a las puertas de un museo. A la par son prendas de vestir y decoración para comprar y llevar. El Museo de Arte Contemporáneo Esbaluard de Palma de Mallorca acoge un mercado de artesanías textiles del mundo, desde Abiyán, en Costa de Marfil, hasta Lagartera en Castilla-La Mancha, de moda que no caduca, como hace referencia el nombre de la cita, XTANT (del inglés extant, para referirse a algo muy antiguo que todavía existe), pero que está en peligro de extinción.
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La textil es una de las industrias en el punto de mira de quienes denuncian el trabajo esclavo, e incluso infantil, así como la insostenibilidad de sus procesos de producción ―con grandes gastos de agua y uso de químicos― y la incitación al consumo desenfrenado: cada temporada una nueva colección.
Este sector es responsable del 10% de gases de efecto invernadero y del 20% de la contaminación de aguas residuales industriales. Son datos de la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible, que también calcula que se desechan 500.000 millones de dólares cada año debido a la subutilización de ropa y la falta de reciclaje. Como empleador de 86 millones de personas, predominantemente mujeres, los implicados en la industria textil tienen un papel “crítico para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, sostiene el organismo.
Pero hay otro modelo posible. Es lo que defienden Kavita Parmar y Marcella Echavarría, impulsoras del encuentro. “Tenemos que desaprender para aprender de lo antiguo y así mirar al futuro”, comenta Parmar, creadora del Proyecto IOU.
“Cada pieza de IOWEYOU viene con un código QR que conecta al usuario con el artesano tejedor y sastre que hizo la pieza dando así autoría y procedencia auténtica al consumidor final”, describe su biografía. “Hay gente que dice que estas prendas son caras, pero lo que es caro es la cheap shit (mierda barata), que se lo digan a los niños y los trabajadores explotados. Esto no es caro, vale mucho”, reflexiona mientras señala el mercado.
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Desde su perspectiva, la moda no solo tiene que ser justa con el productor, sino respetuosa con el planeta. “Nos preocupa lo que nos metemos en la boca, pero no lo que nos ponemos. Y la piel es el órgano más grande del ser humano”, razona sobre los productos tóxicos habituales en la fabricación de prendas.
El sector textil es responsable del 10% de gases de efecto invernadero y del 20% de la contaminación de aguas residuales industriales
Ese modelo artesanal y libre de químicos es del que decidió vivir Olga Reiche, hija de un alemán y una indígena queqchí guatemalteca de Alta Verapaz, que lleva el amor por los textiles “en la sangre”, dice. Su pasión empezó cuando tenía 23 años.
“Trabajaba en una ONG y entrevistaba a artesanos para evaluar cómo les podían ayudar después de un terremoto”, recuerda. “Y me enamoré de los textiles que ni siquiera conocía. Desde entonces no he parado”. Así fue como en 1987 comenzó a investigar, y no siempre con éxito, los tintes naturales. “Guatemala tiene uno de los mejores índigos del mundo”, asegura.