Nuestra oficina está en el Monte de los Olivos. Oigo resonar los fuertes estallidos y me detengo para intentar discernir su origen. ¿Vienen de una granada aturdidora cercana, posiblemente de los enfrentamientos en la mezquita de Al Aqsa? ¿Son el sonido lejano de la Cúpula de Hierro interceptando un cohete? ¿Son simplemente un petardo para celebrar el Ramadán? Reconozco que soy una novata, aunque mis conocimientos han aumentado a lo largo de los últimos 12 días.
El reto de vivir en Jerusalén y trabajar en los territorios palestinos ocupados es que nunca se sabe lo que puede pasar. Los enfrentamientos entre militares israelíes o colonos y palestinos son la norma. La cuestión diaria es si se trata de los pequeños altercados que suelen producirse cada día o si es algo más, dispuesto a convertirse en la violencia que hemos visto las últimas semanas o, peor aún, en una guerra.
Como adulta experimentada, conozco las causas. Mientras el mundo trata de entender las complejidades del conflicto palestino-israelí, yo lo veo de cerca. Aunque los problemas son complejos, la base que los sustenta es muy sencilla: las personas están hechas para vivir en libertad y, mientras haya una ocupación, no puede haber una paz duradera ni una solución duradera.
Sin embargo, los niños y niñas con los que me encuentro a diario no pueden vivir en libertad. En las últimas semanas, se acuestan en Gaza, en Cisjordania, en las ciudades fronterizas de Israel, con el sonido de los fuertes e incesantes ataques aéreos y con una gran incertidumbre sobre lo que les ocurrirá a ellos y a sus familias. ¿Despertarán?
Mis compañeros que residen en Gaza me hablan de su propio miedo, por no hablar del de sus hijos. Cuando llamo para ver cómo están, me dicen que se despiertan cada mañana para llamar a sus amigos y familiares y saber si siguen vivos. Yo también me doy cuenta de que les he llamado por lo mismo. Hay publicaciones en Facebook de familias que intercambian los pequeños para que, si una casa de Gaza es alcanzada por un ataque aéreo, al menos un niño de cada familia sobreviva.
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