No sé si les ha ocurrido a ustedes: están en una habitación de hotel y es de noche. Luces apagadas, un manto de oscuridad solo roto por ese punto rojo del televisor. Reina una cierta paz y no hay, aparentemente, ruidos. O sí. Porque de repente, como de la lejanía, se empieza a escuchar algo. Es el tic tac casi imperceptible de un reloj y al principio, enredado ya entre sábanas, uno trata de convencerse de que ya dejará de escucharlo. No recuerda, sin embargo, que eso ya le ha ocurrido en otras ocasiones y que existe una ley no escrita que afirma que una vez se empiezan a escuchar determinados ruidos es imposible dejar de hacerlo. La única solución es encender la luz, abandonar la comodidad de las sábanas y levantarse para salir en busca de la fuente de tan insidioso ruido, que cada vez se escucha con más ímpetu.