La disputa sobre el pisco, un emblemático destilado sudamericano, ha tomado un nuevo rumbo. Hasta hace poco, la controversia entre Perú y Chile se había centrado en el ámbito diplomático, pero ahora ha saltado a un terreno comercial y simbólico que está capturando la atención internacional.
El año pasado, Perú celebró un hito significativo: la Unesco reconoció manuscritos del siglo XVI que apoyan la afirmación de que el pisco es originario de su territorio. Sin embargo, Chile no se ha quedado atrás, destacando que más de 50 países, incluidos Estados Unidos y varias naciones de la Unión Europea, reconocen el pisco chileno como una denominación válida.
La discusión ha evolucionado; ya no se trata únicamente de la procedencia del pisco, sino de quién lo comercializa con mayor éxito. Las cifras que surgieron a inicios de 2024 revelan un escenario inesperado: mientras las exportaciones peruanas de pisco experimentaron una disminución cercana al 10%, las chilenas mostraron un crecimiento del 33%, marcando un récord en su desempeño en el mercado exterior, de acuerdo con datos del Servicio Nacional de Aduanas.
Este contraste pone de manifiesto las diferencias en las estrategias adoptadas por ambos países. Perú, con su tradición vitivinícola y un producto reconocido por su alta calidad, ha visto cómo su posicionamiento en el mercado internacional se ha debilitado en los últimos años. Por otro lado, Chile ha invertido en campañas globales efectivas, promoviendo una fuerte colaboración entre el sector público y el privado, y abriendo nuevas oportunidades en mercados emergentes.
Históricamente, el pisco peruano se elabora exclusivamente a partir del jugo fermentado de uvas pisqueras sin aditivos ni mezclas, consolidándose como uno de los productos más representativos de Perú. Sin embargo, en 2024, los envíos de pisco peruano al exterior registraron una caída del 9.8%, alcanzando solo 8.59 millones de dólares, según el Comité Vitivinícola de la Sociedad Nacional de Industrias. Este descenso acumula dos años de bajas continuas, dejando a la industria alejada de los récords alcanzados en 2022.
Es evidente que la batalla por el pisco va más allá de una simple disputa por la identidad cultural; se ha convertido en un verdadero desafío comercial. En un mundo donde la percepción y la conexión con los consumidores son vitales, el futuro de este destilado dependerá de la capacidad de los países para adaptarse y posicionarse eficazmente en el ámbito global.
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