Las elecciones celebradas este domingo en México, con una participación histórica, han emitido un mensaje que debe ser atendido por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Los comicios, en los que se ha renovado la estratégica Cámara de Diputados, 15 gubernaturas y 20.000 cargos públicos, fueron planteados desde sus albores por el mandatario como un plebiscito a su gestión y a su hoja de ruta ideológica, la llamada Cuarta Transformación. Siempre pendiente de su popularidad, el jefe del Estado echó toda la leña al fuego para obtener una mayoría cualificada en la Cámara de Diputados que le permitiese reformar la Constitución y debelar los últimos obstáculos a su proyecto. Las urnas, sin embargo, han puesto freno a su mayor ambición.
La dinámica de los últimos meses no ha podido ser más nociva para México. Con la vista puesta en estos comicios, el presidente ha abierto un frente tras otro. Jueces, empresarios, periodistas, feministas, organización no gubernamentales y rivales políticos han sido vapuleados e intimidados públicamente por no plegarse a sus designios. Una estrategia encaminada a situar a López Obrador en centro absoluto del tablero y consolidar su popularidad entre sus bases, pero que ha abierto fracturas profundas y peligrosas. En esta ofensiva ha emergido además la amenaza de una involución en asuntos tan delicados como la energía y la justicia, donde el presidente ha defendido soluciones más propias del siglo pasado que del presente.
El partido de López Obrador, aunque en los estados amplía su poder territorial, ha perdido decenas escaños y solo mantiene la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados con ayuda de sus socios del Partido Verde y el Partido del Trabajo. No es tanto un fracaso, como muchos en la oposición deseaban, como una indicación de que a mitad de mandato López Obrador ha tocado techo y que ha llegado el momento de rebajar la tensión.
Desaparecida la posibilidad de una mayoría cualificada, se cortan las alas al maximalismo presidencial y se evita que sus errores se vuelvan irreversibles. Ahora le corresponde gestionar lo posible y, si quiere cambiar las estructuras del Estado, buscar consenso, algo a lo que hasta el momento se ha mostrado alérgico.