Una nube de polvo entra bruscamente por la ventana de la vivienda de Nasrallah Abu Karsh, un joven de 19 años al que todos llaman Nas. Otra explosión acaba de sacudir el campamento de refugiados de Shati, situado en las afueras de la ciudad de Gaza, junto a la playa. En él viven más de 85.000 personas en una superficie de tan solo 52 kilómetros cuadrados. Es 15 de mayo; el quinto día de ataques israelíes a la Franja de Gaza, y los equipos de rescate excavan en los escombros para salvar vidas, pero lo único que pueden hacer es certificar la muerte de 10 miembros de una familia palestina que vivía en las instalaciones. De repente, resurgen en Nas los recuerdos de pesadilla de la guerra de 2014.
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El 28 de julio de aquel trágico año, el joven estaba jugando con sus amigos fuera de casa cuando una explosión repentina hizo saltar por los aires parte de su barrio. Despertó semanas más tarde en la cama del hospital con el cuerpo lleno de quemaduras. “¿Dónde están mis amigos?”, fue lo primero que preguntó. Él había sido el único de los 11 que había sobrevivido. Cuando el viernes 21 de mayo se declaró el alto el fuego entre Israel y Gaza, otros 66 niños habían muerto por las bombas israelíes de un total de 243 víctimas, y 2.000 personas más habían resultado heridas.
Un grito de vida en la Franja
El Ejército israelí ha declarado que su objetivo eran los combatientes de Hamás, responsables del lanzamiento de cohetes contra Israel en represalia por la violencia de los colonos en el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén, y en el lugar sagrado de la mezquita de Al Aqsa. Sin embargo, los civiles de Gaza son los que han vuelto a pagar el precio más caro. “Me parte el corazón ver a los niños en la calle estos días. Sé lo que han pasado los padres de mis amigos. Me he convertido en una especie de hijo para todos ellos. Por desgracia, esta es la vida en Gaza. En Gaza no hay vida”, explica Nas.
A los jóvenes como Nas les ha costado mucho disipar los traumas de la guerra a través de los años, buscando una razón para vivir, para resistir, para seguir vivos. Cuando conoció a un equipo de activistas italianos que construían un ‘skatepark’ en Gaza, Nas descubrió algo que le hizo sentir que, si pertenece a alguna parte, es a una cultura internacional más amplia. En tiempos de paz, la gente corriente pasa la tarde junta en el parque de patinaje, haciendo lo que le gusta. “Mira ese niño, Yasser”, dice, “tiene 10 años y viene a patinar cada día. Antes no tenía nada que hacer. Ahora invierte toda su energía y su pasión, y cada tarde vuelve a casa satisfecho”.
Me parte el corazón ver a los niños en la calle estos días. Sé lo que han pasado los padres de mis amigos. Por desgracia, esta es la vida en Gaza. En Gaza no hay vida
Nas, un joven de Gaza
De los aproximadamente dos millones de personas que viven en la franja, el 75% tienen menos de 25 años. Una sociedad muy joven, con escasas o nulas oportunidades profesionales y un futuro sombrío. Muchos dicen que quieren irse para siempre, otros están demasiado atados a su familia y a sus amigos, como Nas y su amigo Alaa al Dali.