Las grandes estrellas de la gastronomía parisina no solo están en los restaurantes de renombre. También hay tentaciones dulces, que se asoman a los escaparates de fantásticas patisseries y boulangeries, muchas centenarias y otras con menos historia pero que se han forjado una gran reputación en los últimos años en París. Algunas son como joyerías o tiendas de alta costura, con vitrinas en las que se exponen como si fueran verdaderas obras de arte delicias tan típicamente francesas como los cruasanes, macarons, bombones, pastas de fruta, milhojas, éclairs o tartas como la Saint-Honoré.
Ladurée, el reino de los ‘macarons’
Esta ruta puede comenzar por uno de los grandes referentes de la ciudad, que combina tradición, historia y buen hacer. Ladurée es una de las pastelerías más antiguas de París (1862), donde se creó el primer macaron, la estrella de la pastelería francesa, en la década de 1930. Su salón de té es el lugar más elegante de los Campos Elíseos para probar este dulce (crujiente por fuera y cremoso por dentro) hecho con dos galletas unidas por un relleno, la crema ganache, y que se presenta en múltiples sabores y colores: vainilla, caramelo, pistacho, frambuesa, chocolate… Aquí incluso se atreven con combinaciones más rompedoras, que introducen en su carta con cada nueva temporada: coco, haba tonka, malvavisco, flor de naranjo o regaliz. Aunque la de los Campos Elíseos es la más bonita y con más encanto de todas, Ladurée cuenta con ocho pâtisseries repartidas por los barrios más selectos, y en todas es fácil ver a turistas haciendo cola. Algo que también ocurre en otros locales de la marca fuera de Francia, en ciudades como Londres, Dublín, Zúrich, Ginebra o Tokio.
Pierre Hermé, el pastelero provocador
El otro gran clásico es Pierre Hermé, un verdadero templo de la pastelería francesa. Este chef repostero, heredero de cuatro generaciones de pasteleros alsacianos y a quien la revista Vogue catalogó como el “Picasso de la pastelería”, trabajó en Ladurée, donde fue su gran impulsor internacional. Hasta que en 2002 fundó su propia boutique del dulce, en el número 40 del lujoso Boulevard Haussman, que conecta el octavo y el noveno distrito de la capital. Hoy tiene también una pastelería en el número 72 de la Rue Bonaparte (distrito VI), igual de espectacular, y ha realizado una gran expansión con establecimientos en todo el mundo, a cada cual más sofisticado.
Hermé tiene fama de ser un pastelero provocador al que le gusta estar siempre a la vanguardia, explorando nuevos sabores y preparaciones. Los macarons son también su icono y, al igual que ocurre con Ladurée, las colas para probar sus creaciones son inmensas. Pero la espera merece la pena, no solo para comprar los delicados macarons, sino también para degustar otros pasteles como el cake de naranja o la tarta Ispahan, con frambuesa, rosa y lichi. Otro imprescindible es el caramelo de mantequilla salada, una suave crema originaria de la Bretaña, que Hermé maneja con una gran técnica hasta elevarlo a la categoría de arte.
 la Mère de Famille, más de 1.200 dulces y dos siglos de historia
De fachada verde e interior de cuento de hadas, esta confitería es una de las más antiguas del mundo. Fundada en 1761, es también la pastelería decana de París, una parada obligada para los amantes de lo dulce donde parece que el reloj dejó de contar las horas. Durante más de 250 años ha permanecido en manos de la familia fundadora, que ha mantenido intactas sus recetas emblemáticas, como los bizcochos de soletilla o la mermelada de naranja.
En  la Mère de Famille hay donde elegir entre más de 1.200 dulces: bombones, malvaviscos (nubes), caramelos, frutas confitadas, mazapán, pastas de frutas y una gran variedad de especialidades regionales. Sus vitrinas están llenas de piruletas, caramelos de mantequilla salada, cakes y bombones. Está en el 35 de la Rue du Faubourg Montmartre (distrito IX), y merece la pena incluirla en una ruta por los establecimientos parisinos con encanto y con historia.
Fauchon, icono del lujo
Los éclairs (bollos de forma alargada hechos con masa choux y rellenos de crema) son la joya de la corona de Fauchon, una tienda de delicatessen cuya historia se remonta a finales del siglo XIX. La tienda principal se ubica en la Place de la Madeleine, pero cuenta con diversas sucursales, algunas de ellas en aeropuertos y grandes almacenes, en los que sigue la tradición de sus exquisitos pasteles y productos refinados entre las que habría que incluir el pan recién hecho.
Fue en 1886 cuando un vendedor ambulante, Auguste Fauchon, abrió una bodega con más de 800 referencias de vinos para los aristócratas de la época, que ofrecía también comidas con un toque de sofisticación, siempre contando con los mejores proveedores de patés, quesos, jamones, caviar o mermeladas. Era algo realmente nuevo e innovador para aquella época. Desde entonces no ha parado de renovarse con nuevas ideas, nuevos sabores y manteniéndose siempre como un icono del lujo. Sus pasteles y delicatessen son auténticas joyas, pero el diseño de sus boutiques también llama la atención por su característica decoración en colores negros y fucsia. Tomar algo en Fauchon no es prohibitivo y puede resultar un amable alto en el camino si se está de turismo por la zona de Madeleine, en el distrito VIII de París.
Jacques Genin, el genio del chocolate
Autodidacta con destellos de genialidad, Jacques Genin es un chocolatier famoso por sus caramelos de sabores, sus pâtes de fruits (caramelos de gelatina) y sus exquisitos bonbons du chocolat. Está considerado uno de los mejores chocolateros del mundo, un auténtico investigador de todas las posibilidades que puede tener el chocolate solo o combinado con otros ingredientes. Lo mejor es su elegante salón de degustación en el número 133 de la Rue de Turenne, en el sofisticado barrio de Les Marais, donde se puede disfrutar de un chocolate caliente con el legendario milhojas de la casa. La decoración casi minimalista merece la pena por sí misma y es el marco perfecto para los sabores equilibrados de sus bombones de romero, cilantro, miel de castaño, albahaca… y todo con el chocolate como materia base.
Angelina, emulando a Coco Chanel y Marcel Proust
Frente al jardín de las Tullerías, entre el Louvre y la plaza de la Concordia, en la Rue de Rivoli, el salón de té Angelina es otro de los paraísos para los parisinos más golosos y es toda una institución de la ciudad. Desde su fundación en 1903 ha convocado a famosos y visitantes ilustres como Coco Chanel o Marcel Proust, que lo tenían como uno de sus sitios de referencia. Fue fundada por un confitero austriaco, Antoine Rumpelmayer, y su romántico salón de té fue diseñado por Édouard-Jean Niermans, el famoso arquitecto de la belle époque.
A solo unos pasos de uno de los museos más importantes de Europa, la decoración ya merece la pena: todo un despliegue de molduras, frescos y medallones, con mesas de mármol, lámparas de cristal y espejos dorados. En este salón de té es casi obligatorio pedir un pastel Mont Blanc, con una base de merengue coronada con crema batida y una cobertura de puré de castañas, que se puede acompañar del famoso chocolate espeso caliente de Angelina, compuesto por tres tipos de cacao (procedentes de Níger, Ghana y Costa de Martil) y cuya receta se mantiene en secreto. Además, su restaurante tiene una carta que reinterpreta los grandes clásicos de la gastronomía francesa, con algunas concesiones a la nouvelle cuisine. Como todos los clásicos, también se ha expandido por París (Galerías Lafayette o el Petit Trianon de Versalles, entre otros lugares) y por el resto del mundo, con salones de té y boutiques en multitud de países.
La nota precedente contiene información del siguiente origen y de nuestra área de redacción.