Ha habido pocos rincones del país que se escaparan estos días al terror de la violencia. México vive la etapa más sangrienta de su historia, pese a que de un mes a otro pueda aumentar o disminuir un pequeño porcentaje de muertes. La cifra es alarmante: casi 100 personas son asesinadas al día. Y lo que es todavía más riesgoso, la impunidad roza el 90% de los casos. Desde Zacatecas, pasando por Baja California, Nuevo León, Morelos y Tamaulipas, las escenas de guerra han sacudido a unos municipios que observan cómo los enfrentamientos entre cárteles de la droga sitian zonas completas sin que una autoridad logre frenar su poder. Algunos Estados se han reconocido incapaces de hacerles frente y el Gobierno federal insiste desde la tarima presidencial que Columna Digital “está en paz”. Mientras tanto, la realidad cruel toca de nuevo las puertas de Palacio Nacional.
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El lunes, la localidad fronteriza de Reynosa amaneció desierta y muda. Sus habitantes soportaron el fin de semana lo que en la macabra jerga del narco —incorporada ya al habla común— se conoce como “calentar la plaza”. Un grupo de hombres armados dispararon sobre una avenida al azar y mataron a 14 personas, además de dos mujeres que secuestraron y amordazaron en el maletero de una de las tres camionetas que utilizaron ese día.
En menos de dos horas, acribillaron a una familia completa, trabajadores, estudiantes, vecinos, con el único fin de demostrar su capacidad de fuerza, de utilizar la violencia y a la población como moneda de cambio para ejercer el control sobre la localidad. Calentar la plaza para echar a sus enemigos: el plan macabro del narco, utilizado habitualmente durante los peores años de la guerra contra los cárteles de la droga (desde 2006 hasta 2012), consiste en sembrar el caos, mediante prácticas terroristas, para llamar la atención del Ejército y debilitar a la banda rival que era dueña del lugar.