Parece que fue ayer, o tal vez lo fue, cuando acababa la temporada de clubes en Europa con la final de la Champions y ya estamos a una semana del inicio de la Euro 2020. O 2021, pero qué más da en estos tiempos donde nada es lo que parece.
Y cuando arrancan estos grandes eventos —este artículo me vale también para la Copa América a jugar, al final, en Brasil, o para los JJ OO que veremos si se celebran en Japón—, todos empezamos a jugar con el imaginario de opciones, favoritos, posibilidades y posibles campeones.
La expectativa con respecto a la selección francesa es tan grande que otros clásicos favoritos han pasado a segundo plano, bien porque parecen en plena reconstrucción —como Alemania, España, Inglaterra, Croacia o Italia— o porque otros como Bélgica, magnífico tercero en el Mundial de Rusia, puede verse lastrado por la lesión de De Bruyne o el estado físico de Hazard, dos jugadores clave en el juego de Roberto Martínez.
Si cogemos la Eurocopa se diría que Francia, actual campeona del mundo, presenta un colectivo lleno de estrellas, jugadores de equipo, delanteros de todos los tipos y modalidades a los que ha sumado a un Benzema en plenitud de clase y conocimiento futbolístico. Cuenta, además, con un cuerpo técnico sólido y que tiene muy claro cómo quiere que su equipo compita. Se diría que podemos jugar todo al azul que seremos ganadores seguros. Es tan alta la expectativa con el equipo de Francia que hasta su siempre prudente presidente, Noël Le Graët, ya ha declarado que, cuando menos, su equipo tiene que estar en las semifinales y seguro que Didier Deschamps ha sacado esa media sonrisa que delata a los entrenadores presos entre lo convencido y lo presionado.
Y no parece visualizarse un equipo revelación con suficiente poderío como para llegar a retar al gran favorito. Ese equipo que se convierte en el amado por todos los ya eliminados.
La cuestión está en que si miramos el grupo de Francia, el F —¿será casualidad o el destino?—, veremos que por ahí aparecen Portugal, Alemania y Hungría. Dando a los húngaros como víctimas, o decisivos, que esa condición varía mucho en el transcurso de una clasificación, los otros dos enfrentamientos son de enorme nivel. Son esos partidos que apetece ver aunque no seas seguidor de ninguno, solo por ser seguidor del fútbol.
Y por ahí vamos a comenzar a tomar la temperatura de los favoritismos combinada con el punto de cocción que cada selección muestre tras una temporada tan atípica, más la suma de desplazamientos y situaciones sanitarias que se pueden dar en cada equipo y en cada expedición.
Porque no olvidemos que el nivel de nuestras expectativas será directamente proporcional al de la intensidad de la percepción de la derrota, de eso que ahora se cataloga de forma rápida como fracaso.
Y qué bien celebrarlo si gana, porque nos hace campeones a todos; y si el tenis, el rival de turno o una bola fuera por un centímetro le deja fuera del torneo, entonces que fracase él que nosotros sólo estamos para celebrar alegrías, que bastante tenemos con el día a día para también perder delante de la tele.