Un equipo científico estadounidense ha infectado a 25 voluntarios con uno de los enemigos más feroces de la humanidad: el parásito de la malaria, culpable cada año de la muerte de unas 420.000 personas, la inmensa mayoría de ellas niños africanos. El audaz experimento ha consistido en inocular a los participantes tres dosis intravenosas de la variante africana del parásito, darles después un fármaco para matar el microorganismo y volverlos a infectar a los tres meses con la misma versión o con una variante brasileña para comprobar que las defensas ya generadas evitan la enfermedad. Los resultados son espectaculares, con una protección de entre el 80% y el 100%, según detalla el médico Patrick Duffy, codirector de la investigación en los Institutos Nacionales de la Salud de EE UU, en la ciudad de Bethesda.
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Más de 140 años después de que se identificaran los parásitos responsables de la malaria, todavía no existe ninguna vacuna disponible. La más adelantada es Mosquirix, una inyección de la farmacéutica británica GSK que fue concebida en los años 80 a partir de una proteína del parásito y está en la recta final de los ensayos clínicos. Sus mejores datos muestran una eficacia del 36%.
El médico español Pedro Alonso, director del Programa Mundial de Malaria de la Organización Mundial de la Salud, cree que la nueva estrategia acerca el sueño de “una vacuna de alta eficacia que potencialmente abrirá las puertas a la erradicación de la malaria”.
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El origen de la nueva estrategia se remonta a finales de los años 60. El microbiólogo británico David Clyde pensó entonces que infectarse con parásitos debilitados podría servir como vacuna contra la malaria. Y probó la idea consigo mismo. La malaria se contrae tras la picadura de una hembra de mosquito, que inocula al ser humano la forma infectiva del parásito. El invasor se dirige en cuestión de minutos al hígado. Se multiplica miles de veces en sus células y al cabo de una semana salta a la sangre e infecta los glóbulos rojos. Momento en el que aparecen los síntomas de la malaria: fiebre, malestar, dolor de cabeza, diarrea. Clyde y otros colegas recibieron más de 2.700 picaduras de mosquitos previamente irradiados para debilitar los parásitos. Logrando una alta protección, pero su estrategia de inmunizar con insectos era obviamente inviable.