El 15 de abril de 1982 fue un día histórico para el mundo del vino. Aquella jornada, David Álvarez y el empresario venezolano Hans Neuman cerraban, en el restaurante Zalacaín, uno de esos acuerdos que ya forman parte de la cultura popular: la venta por más de 450 millones de pesetas de la legendaria Vega-Sicilia, bodega a orillas del Duero con más de un siglo de historia. El mismo Julio Iglesias ha dejado dicho que en algún momento también se la ofrecieron a él. “Después todo el mundo dice que estuvo a punto. Pero los hechos son que nadie remató”, comenta de forma jocosa Pablo Álvarez, siguiente generación de la familia que, en 1985, con tan solo 31 años tomaría las riendas del negocio.
Álvarez, de intensos ojos azules y gran envergadura, habla con soltura y determinación, a veces sonriendo y moviendo las manos de forma lenta. Viste elegante y colorido, con una chaqueta de su querida sastrería Jaime Gallo, que cerró a comienzos de este año. “Esta que llevo me la hice a finales de noviembre. Es una verdadera pena, le tenía mucho cariño”, comenta sobre la desaparición de uno de los sastres que más recorrido tuvo durante el último medio siglo, cuando todo el barrio de Salamanca se pegaba por uno de sus trajes.
Los 40 años de celebración de Vega-Sicilia pillan a su máximo responsable en un momento envidiable, con la firma siendo un verdadero referente del lujo y diversificando compras con bodegas de prestigio: Alión, Oremus, Pintia, Macan —su mano a mano con Benjamin de Rothschild en Rioja— y Deiva, su anunciado desembarco en Galicia para dentro de dos años.
Sin embargo, al principio no todo fue fácil. “Si Vega-Sicilia naciera hoy, sin apologías ni mitificaciones, apreciaríamos un vino de buen color y cuerpo envejecido honestamente y de añada responsable, pero que en una cata se perdería entre los 15 mejores tintos españoles, que ya es bastante”, escribía el crítico José Peñín a mediados de los ochenta. A esto se sumaba la historia de David Álvarez, dueño de Eulen —compañía experta en logística, seguridad, limpieza y mantenimiento—, por lo que fueron vistos con recelo por las familias del vino de entonces. “Es verdad que nosotros veníamos de fuera y no teníamos ninguna experiencia. Pero aprendimos de la gente de la bodega”, cuenta. “Estos negocios a veces están tan cerrados al exterior que pierdes la perspectiva de lo que se ve desde fuera”.
Aquello fue positivo, porque se acercaron al mundo del vino observando y viendo aquello que funcionaba. Álvarez inculcó un modo de trabajo en el que el respeto por la naturaleza, la recuperación de viñas viejas y la apuesta por la excelencia no eran todavía la norma de las grandes casas españolas. Y siempre con una política de cupos y de venta restringida a clientes. Se llamen Kabuki o El Corte Inglés. “Nunca se ha producido más de lo que la viña daba, en torno a 200.00 botellas por añada. Lo que sí que hemos conseguido es estar en más países. Hemos pasado de los cinco que teníamos en origen a estar ahora en más de 150”, destaca con un punto de orgullo.
Cada año hay tres veces más demanda que oferta. Y el número se multiplica, al igual que el precio de sus botellas. Un Vega-Sicilia Único Especial en los ochenta valía 5.000 pesetas (unos 30 euros al cambio), el que se puede encontrar ahora en una vinoteca como Lavinia no baja de los 400 euros. Vinos como su Único 2007 se sirvieron en la visita que Barack Obama realizó por primera vez a Cuba, agasajado por Raúl Castro en el Palacio de la Revolución Cubana.
A lo largo de estos años, Vega-Sicilia también se ha convertido en la gran firma que representa la calidad e historia de Ribera del Duero. No solo por las subastas en las que ha participado, De París a Hong Kong, pasando por Nueva York, en 2009 para Sotheby’s, donde sobre una estimación de 234 mil dólares se llegaron a pagar más de un millón, sino también por su vínculo con aquellos nombres que representan el estatus mejor valorado del vino a nivel mundial.
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